Lavarse las manos
El problema implosionó en la pandemia, pero era anterior a la pandemia. El covid-19 convirtió en tragedia lo que en el devenir normal ya era una supervivencia agonizante. Un día a día cogido con pinzas. Un despropósito y una vergüenza. El sistema, que no es otra cosa que las administraciones que han de velar por nuestros derechos, acumula años de desinversión, desatención y un interés desmedido por la privatización de los cuidados de nuestros mayores.
Y entonces llegó la pandemia. Y ya fue demasiado tarde para casi todo.
Las residencias catalanas cerraron a cal y canto, con el virus dentro y el desconocimiento acumulado afuera. Una combinación pésima con consecuencias fatales.
Pretendieron atajar una crisis de magnitud estratosférica con comunicados y planes de contingencia contradictorios. A los responsables (que no ha hallado la comisión del Parlament) les pareció buena idea que el personal, sobrepasado de bajas para las que no había relevo, dedicara horas y esfuerzos en leer e interiorizar protocolos caóticos. Cada vez más papel, cada vez menos manos. Cada vez más ancianos contagiados. Cada vez más muertes.
Seres humanos que fueron sistemáticamente excluidos y privados de la derivación a un hospital por su edad y situación. Las etiquetas se ponen solas: exclusión, discriminación y vulneración de los derechos más fundamentales.
La comisión parlamentaria no identifica responsable alguno en sus conclusiones. ERC, Junts y PSC aprobarán unas conclusiones inconclusas. Los tres partidos tenían responsabilidad política en Catalunya o en España durante la pandemia.
Los familiares llevan casi cuatro años reclamando justicia y reparación. Inexplicablemente, la comisión no ha servido para ninguna de las dos cosas. Tampoco para sentar las bases y unificar criterios en caso de episodios futuros.
A Napoleón se le atribuye la siguiente cita: «Si quieres que algo sea hecho, nombra un responsable. Si quieres que algo se demore eternamente, nombra una comisión».
Pues eso.