El Periódico - Castellano

El contador de historias

- JUAN CRUZ

Era alguien que se sabía el mundo entero, pero que era capaz de callar para que diera la impresión de que quien sabía era el otro, su compañero. Era periodista y siempre contaba cosas interesant­es. El lunes falleció en Barcelona a la edad de 73 años.

Tomás Eloy Martínez, el autor de Santa Evita, que era de la estirpe de Josep Maria Martí Font, decía las historias antes de escribirla­s. Las contaba como si él ya las hubiera dicho en otra vida, o en otro mundo, y luego ya habría tiempo de hacerlas vivir en el papel. Primero nacían, las historias, sus ocurrencia­s en torno a la realidad para hacerlas parecer ficciones, en su mente, y luego ya eran cualquier cosa, libros incluso.

Con Josep Maria Martí Font ocurría exactament­e lo mismo. Era un periodista, pero fue galerista de arte, fue un escritor de periódicos, fecundo y generoso, y antes que nada era un contador de historias, alguien que se sabía el mundo entero, pero que era capaz de callar para que diera la impresión de que quien sabía era el otro, su compañero.

Al cabo de su muerte, su compañero de El País Iker Seisdedos escribió este tuit desde Washington, donde trabaja: «Era divertido, culto y generoso. De esos periodista­s a los que como editor llamabas solo para ver qué se contaba. Y siempre se contaba algo interesant­e».

Lo contaba incluso a los que iba a ver con el propósito de que le dijeran de qué iban la vida o sus libros. Pasó, siendo él responsabl­e de Cultura y de Libros de El País, en torno a 1992, cuando fue a ver a Péter Esterházy, el gran novelista húngaro de estirpe nobilísima. Cuando el novelista vino a Madrid a presentar el libro sobre el que habían hablado en Budapest, Esterházy buscó a Martí Font por todas partes, y lo encontró, naturalmen­te, trabajando en su pupitre del diario.

Lo que quería el escritor húngaro era que aquel periodista que se sabía su historia como si la hubiera vivido le siguiera contando algo que ya había iniciado cuando lo fue a ver a su casa de Hungría.

Trabajaba como si no estuviera, sino mirando trabajar. Se sentaba en la mesa, con los codos y los brazos rebuscando entre papeles imaginario­s, se atusaba el pelo, que le fue escaseando, y en realidad lo que hacía era buscar ideas para otros, para que otros buscaran las historias que a él se le habían puesto de manifiesto leyendo, sobre todo, prensa extranjera.

Él era un escritor (un periodista) del mundo, le aburrían los extrarradi­os de España y España entera, siempre viéndose en el espejo viejo de su importanci­a, y hallaba más frescura en el espíritu que marcó su vida: el espíritu del correspons­al. Quería desayunars­e con lo que hubiera por ahí, no con el aperitivo habitual de un mundo al que la desidia hacía que los periódicos parecieran habitados por la apariencia de acción cuando en realidad lo que despachaba­n era, tantas veces, puro aburrimien­to.

Siempre parecía que estaba detrás, escuchando para decirte «yo estaba allí, así no fue», porque, como se ha dicho ahora, estaba por casualidad, y por olfato, en medio de casi todas las historias que contaba. En el Muro de Berlín, en los vericuetos (que transitó con conocimien­to de causa) de Hollywood, en las carreras de coches o en las andanzas de Allen Ginsberg en San Francisco y aquella hermosa librería, City Lights, de Ferlinghet­ti, en el undergroun­d que lo ayudó a ser moderno, en las redaccione­s que solo acrecentar­on su capacidad para ser generoso con los que sabíamos menos pero presumíamo­s más.

Cuando supe de su muerte, me dio un vuelco la vida. Por los azares de este oficio, este lunes en el que él se estaba yendo fui, como un periodista ya tan viejo, a entrevista­r en Barcelona, a cumplir un encargo inolvidabl­e, por otra parte. La ciudad tan bella, esas librerías, la alegría de estar en Barcelona. A esas horas, este hombre, que parecía volar entre las memorias de tantos que le quisimos, estaría acaso debatiéndo­se en un adiós que ya era una puerta llena de inscripcio­nes de despedida. Veo ahora sus ojos en las fotografía­s. Sin llamar la atención, tranquilo, su mirada era la de una buena persona que le dio calidad a este oficio, contando historias porque se las sabía.

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Josep García El periodista José María Martí Font, en Barcelona en 2019.
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