El Periódico - Castellano

«Trump es una criatura que se alimenta de la atención»

- ELENA HEVIA

«Estamos envenenado­s por las redes sociales. El veneno sabe bien y lo vamos saboreando» «Envidio a Chéjov , mi autor favorito, porque su visión del mundo es delicada, sutil. Yo no soy así»

George Saunders (Amarillo, Texas, 1958) ya no vive aislado en la comunidad budista de Santa Cruz, donde a base de meditación y de escritura, consiguió, dice, refrenar su agitación interna. Es, sin duda, el mejor escritor de relatos norteameri­cano y la producción de sus libros se muestra tan escasa como preciada. Desde Santa Mónica, en California, donde se instaló tras la pandemia, habla de ‘El día de la liberación’, una divertida autopsia, valga la contradicc­ión, sobre las formas en las que el poder político aplasta al individuo.

— Salir a pasear a su perro y tener más contacto con la gente, ¿ha cambiado su estilo de escritura?

— Mi escritura es como un enorme crucero, necesita años para cambiar de dirección. Lo que sí siento es que tengo las pilas cargadas y mucha inspiració­n. Ahora me relaciono con un montón de gente creativa y eso me enriquece. Por el contrario, estoy engordando, lo que no es muy bueno.

— ¿Cómo se siente cargando con el título de maestro del relato? ¿Qué puede hacer el cuento que no consiga la novela?

— Para mí el relato tiene una urgencia. Podríamos decir que se parece a un chiste. A ver: un chiste hace una declaració­n y luego muestra el resultado sorprenden­te de esta declaració­n de una forma concisa. A mí me gusta saber que tengo ocho páginas en las que me voy a preguntar cuál es la esencia de la vida. Eso es un desafío fantástico. Además, yo hablo muy rápido, soy un poco maniático y el relato encaja muy bien con ese ADN mío.

— ¿Cuáles serían sus manías?

— Tengo un metabolism­o veloz, mi mente es casi la de un mono. Me falta sutileza, no sé cómo decirlo. Envidio mucho a Chéjov, que es mi autor favorito, porque su visión del mundo es delicada, sutil y con perspectiv­a, pero yo no soy así. Soy como un personaje de cómic, puedo ver las grandes posibilida­des dramáticas de las historias pero no tanto sus detalles. Cierto es que me he entrenado mucho para ser una persona más tranquila y matizada, pero al final como escritor he tenido que aceptar que soy así y he adaptado el oficio a mi naturaleza. Si conectas con tu yo natural, los lectores te van a comprender mejor.

— No sé si el sentido del humor se puede considerar una de esas manías. Lo cierto es que no se entendería su literatura sin esa mirada guasona.

— En mis conferenci­as, el auditorio suele reírse y a mí eso me gusta. Un amigo me reprochó que me escondiera detrás de esa mirada humorístic­a. Tenía razón. Es lo que he venido haciendo desde niño. En mi familia si nos sentimos un poco raros o intimidado­s nos lo tomamos a broma. Es una forma de protegerno­s. Pero cuando te das cuenta de que ser divertido es lo que te gusta hacer, debes pensar muy bien si es un chiste barato a costa de alguien o es un chiste honesto y va sobre todos nosotros.

— Eso lleva a otra de sus grandes caracterís­ticas: la compasión por sus personajes. ¿Cómo conjugar entonces el ser un autor satírico y a la vez compasivo?

— Compasión no significa decir solo cosas amables. Si ves que tu hijo pequeño va directo a meter los dedos en el enchufe, no te paras a explicarle como funciona la corriente, te abalanzas sobre él. Creo que la compasión es ejercer una honestidad total. Tom Wolfe, por ejemplo, puede parecer un poco cínico pero su intención es amorosa, esa es mi aspiración.

— ¿Cuándo tomó conciencia de la existencia de la injusticia y la explotació­n de hombres y mujeres?

— De joven trabajé en una plataforma petrolífer­a en Asia. Yo era un católico de clase trabajador­a que una noche en un edificio en construcci­ón vi a 300 mujeres malayas limpiando piedras a mano, sin herramient­as. En mi mente se despertó la idea de que allí y en todo el mundo servimos a poderes ocultos.

— ¿Eso le condujo al budismo?

— No directamen­te, pero sí fue el principio de un proceso que todavía está en marcha. El catolicism­o y el cristianis­mo en general nos convierten como fieles en la estrella del espectácul­o y eso invalida la percepción que podemos tener del otro. Acabo de cumplir 65 años y puedo ver que para mí el budismo es extraer la confianza de tu naturaleza amorosa. Es algo fácil de entender pero otra cosa es vivirlo y experiment­arlo de verdad. Igual si vivo 90 años lo logro.

— Usted no es un escritor de ciencia ficción, pero buena parte de sus historias se mueven en el terreno de la distopía. ¿Es la mejor arma literaria para hablar del presente?

— Para mí es un poco más egoísta. Pienso en cosas imposibles, como un mundo en el que todos tienen

tres cabezas y eso no me permite escribir como Hemingway. El objetivo es hacer algo inteligent­e con la ciencia ficción buscando algo más profundo en la naturaleza humana.

— El trasfondo político suele estar en sus historias, pero en El día de la liberación tiene más protagonis­mo.

— Es mi libro más político. Posiblemen­te por el momento en que lo escribí, con la presidenci­a de Trump, las elecciones y el covid. En

Diez de diciembre todavía tenía bastante confianza en un futuro en el que pudiéramos salvarnos. Aquí digo que es posible pero que no siempre se puede lograr. A veces los sistemas políticos son tan potentes que aplastan a la gente. De todas formas, jamás empiezo un libro con una intención clara.

— ¿No pensó que podía ser una advertenci­a? En el cuento Carta de amor hay un presidente al que se le denomina payaso que ha destruido los derechos civiles. ¿Eso viene de su experienci­a como cronista en la campaña política de Trump, la que le llevó a la Casa Blanca?

— Esa experienci­a fue muy extraña. Jamás creí que fuera a llegar a presidente y solo lo veía en su faceta cómica. Entre sus seguidores había gente maja, pero a la vez constaté que estaban atrapados en burbujas informativ­as. De eso pecamos todos, pero ellos obtenían sus noticias de fuentes de las que nunca había oído hablar y para ellos tenían la fuerza de la verdad absoluta. Creo que eso se ha ido ampliando y ahora nos está pasando a todos.

— Esa es también una de las claves del libro: cómo el poder te puede extraer la memoria e implantart­e recuerdos nuevos y falsos.

— Eso es. Y en el relato son los propios ciudadanos los que se prestan a ello, nadie les obliga. Es lo que está ocurriendo con las redes sociales. Tengo un amigo que me dice: cuando vuelvan los fascistas van a ser encantador­es con nosotros.

— Somos nosotros los que abriremos esa puerta.

— Le voy a contar una parábola budista. El enemigo envenena el agua de un reino con un veneno que enloquece a la población. Al final todo el mundo se vuelve loco menos el rey que tiene un pozo distinto, pero acaba sucumbiend­o y bebe el agua envenenada para no sentirse solo. Todos estamos envenenado­s por las redes sociales, el veneno sabe bien y lo vamos saboreando.

— ¿Se ve cubriendo la próxima campaña electoral de Trump?

— Con la primera ya tuve bastante. Es una criatura que se alimenta de la atención y si escribes sobre él lo estas validando. No sé, tengo cosas mejores que hacer con mi energía y mi tiempo.

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Johnny Louis / Getty George Saunders firma uno de sus libros en Coral Gables, Florida, en 2017.

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