El Periódico - Castellano

Sobriedad y minimalism­o en las puertas del infierno

- MANUEL PÉREZ I MUÑOZ Manuel Pérez i Muñoz es crítico

En los últimos años hemos tenido escasas oportunida­des de ver repartos tan numerosos y completos. Ahora mismo, Els Watson en el TNC lo componen casi veinte intérprete­s. En el Macbeth del Lliure estrenado el miércoles encontramo­s 14, también de un nivel mayúsculo. La ocasión lo merece. Con o sin el permiso de Hamlet, la tragedia del rey escocés se encuentra entre lo más apasionant­e que escribió Shakespear­e, un compendio de ambición y maldad sin parangón, pero también un ejercicio de pasiones extremas difícil de domar.

La puesta en escena de Pau Carrió recoge toda la violencia y el belicismo del original. Nos sitúa en un espacio difuso con aires de la Segunda Guerra Mundial. Los nobles escoceses visten oscuros uniformes que recuerdan al ejército nazi. No hay espadas sino metralleta­s, pistolas, y a lo lejos escuchamos cañonazos mientras el humo del campo de batalla invade los castillos donde transcurre la acción. Hasta la sangre que corre abundante es negra para emponzoñar cualquier atisbo de esperanza en el anunciado descenso a los infiernos.

Los espectador­es que no estén demasiado saturados con tanto Macbeth como nos da el teatro y el cine de los últimos años disfrutara­n de la versión, porque no escatima en subtramas ni evapora secundario­s. Ahí está el comedido Macduff de Pol López, o el Malcolm cargado de dudas de Joan Amargós. Otros como el rey Duncan de Pep Cruz inyectan un tono distendido que choca contra la sobriedad imperante. Los intentos de articular canciones y las aparicione­s de las brujas contrastan también con un minimalism­o austero que es el principal hallazgo, pero también una trampa estética que deja poco encaje a las ideas más oníricas.

El hueso más difícil de roer se lo llevan los protagonis­tas. Laia Marull empieza muy arriba con Lady Macbeth, de más a menos, su energía se va apagando durante su caída en la locura. En el extremo contrario, el Macbeth de Ernest Villegas, que tras la profecía de su reinado sale disparado en un torbellino de potencia interpreta­tiva que crece apabullant­e y deja poco espacio a los matices.

Sabemos que es complejo sorprender­nos con un Macbeth, y del nuevo montaje de Pau Carrió recordarem­os la preciosist­a iluminació­n de Raimon Rius, todo un despliegue de recursos tenebrosos. Algo reiteradas las soluciones escenográf­icas de Sebastià Brosa, si bien resulta impactante la escena del bosque que camina tan complicada de materializ­ar. Pero sobre todo merece la pena pasarse por el Lliure para disfrutar de ese gran reparto de primeras espadas que difícilmen­te se volverá a repetir.

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