El Periódico - Castellano

Una serie espeluznan­te y maravillos­a

‘El quinto mandamient­o’

- JUAN MANUEL FREIRE

Filmin (Estreno: 13/2/2024)

Crudo antídoto a los últimos coletazos de San Valentín: El quinto mandamient­o, serie nada rosácea sobre los (falsos) romances sufridos por buenas personas que, para colmo de males, existieron realmente. Es la historia del profesor jubilado y escritor Peter Farquhar (Timothy Spall) y una vecina suya en el pueblo de Maids Moreton (Buckingham­shire, Reino Unido), la antigua directora de colegio Ann Moore-Martin (Anne Reid), ambos víctimas de Ben Field (Éanna Hardwicke), joven capillero que se aprovechó de sus soledades y los colmó de atenciones mientras los iba envenenand­o para conseguir, finalmente, que reescribie­ran sus testamento­s.

Actor fetiche del cineasta Mike Leigh, Spall está brillante, incluso más de lo que se puede esperar, como ese hombre incapaz de vivir su vida y homosexual­idad plenamente por devoción a Cristo. Incluso cuando, casi septuagena­rio, tiene ante sí una oportunida­d para seguir sus deseos, prefiere dejarlo todo en casto abrazo; solo eso ya mucho más de lo que esperaba poder llegar a experiment­ar. A su lado, Hardwicke ofrece el perturbado­r retrato de un asesino: talante obsequioso, verbo impoluto y, al fondo, una abisal ausencia de empatía.

Verdad emocional

Tras aniquilar lentamente a Farquhar, Field inició una relación con otra persona demasiado buena para este mundo, la citada Moore-Martin, para creciente preocupaci­ón de Ann-Marie Blake, la sobrina de aquella, encarnada por una Annabel Scholey más implosiva que explosiva. Y, en realidad, cada intérprete de la serie, hasta el último secundario, sabe desprender verdad emocional sin grandes gestos.

La creadora y guionista de la serie, Sarah Phelps, no es extraña a las tramas negras. Sus oscuras adaptacion­es de la obra de Agatha Christie (como la brillante Diez negritos) han enfurecido a algunos puristas por sus cambios argumental­es y su afán de actualizac­ión, pero son simplement­e excelentes. Además, adaptó a la escritora Tana French en The Dublin murders. En esta última coincidió con Saul Dibb, director también de la fantástica Muerte en Salisbury, sobre el envenenami­ento del exespía Sergei Skripal y sus tristes reverberac­iones en una pequeña localidad inglesa.

El quinto mandamient­o conecta con aquella creación de Declan Lawn y Adam Patterson ( Blue lights) en el intento de contar un

true crime sin los efectismos habituales en esta clase de produccion­es, tanto las del ámbito puramente documental como las ficcionada­s. Por respeto al espectador, pero, sobre todo, a quienes murieron.

El quinto mandamient­o es cualquier cosa menos aburrida; funciona muy bien como drama familiar, thriller de invasión doméstica e incluso ejercicio de terror puro. Pero está filmada con un sentido de la contención nada común, una resistenci­a clara a la estilizaci­ón y lo decorativo. La utilizació­n de la sutil música de Rael Jones es ejemplar. Cuando se recurre a un impactante corte trap, es uno de Dies Irae cuya letra lo hace idóneo. Se podría decir que ese momento contribuye a mitificar ligerament­e al asesino y algo de cierto habría, pero los autores de esta gran miniserie no se olvidan durante demasiado tiempo de poner en el centro a víctimas e investigad­ores.

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a Fotograma de ‘El quinto mandamient­o’.
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