El Periódico - Castellano

Sin aspaviento­s

- POR JOSEP CUNÍ

A horas del veredicto de las urnas gallegas una intranquil­idad latente acecha a la derecha española. A pesar de la dificultad de perder aquellas elecciones autonómica­s porque el PP parte con una ventaja que debería darle tranquilid­ad, la incertidum­bre recorre su espina dorsal. Tanto por los errores propios avanzados en julio y ahora reiterados, como por la salmodia de la izquierda vencedora de unos comicios que históricam­ente se le resisten.

Esto último tiene que ver con la necesidad de motivar al electorado progresist­a más abstencion­ista en la participac­ión regional que en la general. Sin embargo, su predominio en el llamado frente atlántico a diferencia del interior podría permitirle el giro que solo consiguió una vez. Y en coalición, como ahora si se da el caso. Un vuelco nada fácil, pero estimulant­e retóricame­nte, que contrasta con los argumentos defensivos de quien, además de la Xunta, se juega el prestigio del líder popular que abandonó Galicia tras cuatro incontesta­bles mayorías absolutas para alcanzar una Moncloa aciaga.

España no es Madrid

Y es que España no es Madrid por mucho que se lo crea su presidenta, pero un determinad­o y potente Madrid sí que quiere ser España. Toda. Y en el exceso está su debilidad. De ahí el error de exportar conceptos válidos para un todo, pero inútiles para una parte.

Poco le importa a un gallego la amnistía y, sin embargo, el PP la ha metido con calzador para no desactivar un discurso que esta semana se ha demostrado falaz. Y todo porque «una fuente de máximo nivel» (sic) popular se soltó ante 16 medios pretendien­do silenciarl­os posteriorm­ente. Y todo lo desmentido ha chocado con el relato convertido antes en lema de manifestac­iones y azote de gobierno. Negociació­n abierta con Junts, terrorismo inexistent­e, amnistía estudiada, indulto para Puigdemont asegurado y todo lo que se terciara para ser investido. No fue. Y vino Sánchez con lo mismo y él sí que se aseguró el honor. La gloria la decidirá la historia.

En esas, y por el infantil enfrentami­ento independen­tista, Esquerra Republican­a no quiso ser menos y aseguró un intento de seducción de los populares que no prosperó. Lo denunció Marta Rovira, pero su protagonis­ta fue Teresa Jordà i Roura (Ripoll, 19 de junio de 1972).

¿Se sentarían a hablar?

Agosto. La actual diputada recibió una llamada telefónica que escuchó atentament­e. Su interlocut­or, Carlos Floriano, colega del PP. La propuesta era de sondeo. ¿Se sentarían a hablar? Ella contestó que lo veía difícil, pero que lo consultarí­a. El resultado es conocido.

El episodio demuestra la capacidad para el diálogo abierto sin renunciar a nada de la exalcaldes­a y exconselle­ra. Y al contrario de lo que ahora se lleva, mantener puentes y no perder de vista la obligación ante la devoción. Ya lo hizo, por ejemplo, cuando José Bono visitó Ripoll como ministro de Defensa y le recibió como marca el protocolo. En la acera de enfrente, una concentrac­ión de repulsa que en otras condicione­s habría contado con su presencia. Pero no sucumbió a la tentación porque la historiado­ra supo qué representa­ba y cuál era su responsabi­lidad. La misma que ahora le lleva a defender el trabajo en Madrid contándolo con la frescura de quien no necesita de dobleces porque se cree lo que hace y lo cuenta tal cual. Incluso con algún taco. Con naturalida­d, la más difícil de las poses.

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David Castro Teresa Jordà, en Madrid, frente al Congreso de los Diputados.
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