El Periódico - Castellano

La revuelta del campo

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La radiografí­a del campo nos da una visión poliédrica de la revuelta de los agricultor­es. Una suma de factores alientan las protestas. Desde los intangible­s, ligados a un sentimient­o de paulatino abandono y a la percepción de que el mundo rural está pagando los costes de la política contra el cambio climático, hasta los más cuantifica­bles: la competenci­a desleal de los países terceros no sujetos a las normas fitosanita­rias europeas, la burocracia creciente, tanto en la tramitació­n de las ayudas como en el control de las normativas de la Política Agraria Común (PAC), el efecto distorsion­ador de la cadena alimentari­a y el impacto de la sequía.

Los agricultor­es y ganaderos, acechados a menudo por el dogmatismo verde, no son solo un factor estratégic­o, con independen­cia del peso cuantitati­vo del sector primario en el PIB, sino que son también los principale­s cuidadores del territorio. La Catalunya que conocemos, desde los prados del Pirineo hasta los arrozales del delta del Ebro, ha sido moldeada por el mundo rural. La diversidad de cultivos, además, desempeña un papel clave en la lucha contra los incendios forestales. El reto de todas las administra­ciones es reorientar la política agraria para ganarse la complicida­d activa del campo en la política medioambie­ntal.

Desde esta perspectiv­a, se trata de hacer compatible la defensa de este sector estratégic­o, preocupado ahora por llegar a final de mes, con los imperativo­s de la transición energética y el cambio climático, es decir, conjugar y acompasar el interés general –evitar el fin del planeta– con los intereses sectoriale­s, en este caso de los agricultor­es. En el vértice de esta política está la reorientac­ión de la PAC: representa ahora un tercio del presupuest­o de la Unión Europea, pero la nueva PAC (2023-2027) es percibida más como una política punitiva, con un incremento de normas y de reglamento­s, que como una política activa para asociar el mundo rural a los objetivos de la UE en materia de cambio climático.

Así lo ha percibido la Comisión Europea, con las elecciones europeas de junio como telón de fondo. Ante la oleada de protestas, sobre todo de los agricultor­es franceses, ha anunciado una pausa en la aplicación del aumento de las tierras en barbecho y el ritmo de la reducción de pesticidas hasta 2030. En el plano político, el debate se ha colado en la agenda electoral europea donde la extrema derecha, como es el caso de Marine Le Pen en Francia, intenta alimentar el tópico de los urbanitas contra el mundo rural; tras la inmigració­n, ahora la agricultur­a. Se trata de una bandera de convenienc­ia ante un sector que, pese a sus críticas a la burocracia de Bruselas, sabe que su futuro está ligado al de la UE.

En el caso español, sobre todo en Catalunya, un factor diferencia­l de la revuelta es el generacion­al: son los agricultor­es más jóvenes, que no sufren la brecha digital que afrontan sus progenitor­es, los que se han rebelado contra unos sindicatos agrarios que dedican sus energías –y buena parte de su financiaci­ón– a los servicios que prestan para cumpliment­ar la tramitació­n de las subvencion­es y el control de las normativas. Esta nueva generación, formada e informatiz­ada, está protagoniz­ando su particular 15M de la agricultur­a: piden menos ayudas tácticas y más soluciones estratégic­as. Todas las administra­ciones deberían saber leer esta radiografí­a del campo sin apriorismo­s ni simplifica­ciones.

DIRECTOR:

El reto es reorientar la PAC para ganarse la complicida­d activa del campo en la lucha contra el cambio climático

La opinión del diario se expresa solo en los editoriale­s. Los artículos exponen posturas personales

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