El Periódico - Castellano

Los muros de la vergüenza

No comparto que la amnistía se conceda en aras de la convivenci­a

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En un desplazami­ento reciente al Parlamento Europeo de Bruselas me llamaron la atención dos espacios íntima y desgraciad­amente relacionad­os con la actualidad de nuestro país.

El museo Parlamenta­rium me evocó vívidament­e el nefasto nacionalis­mo de la primera mitad del siglo XX, causante del desastre de las dos grandes guerras. En la segunda mitad del siglo pasado, la creación de la Unión Europea permitió superar el periodo del nacionalis­mo fratricida y poner rumbo a una etapa de paz y prosperida­d para los ciudadanos europeos. Gracias a una Transición modélica, España se incorporó en el último cuarto del siglo a la senda europea de la democracia, la unión y la cooperació­n entre los estados miembros.

Me detuve también ante las dos secciones de hormigón originales del muro de Berlín expuestas en la entrada del hemiciclo europeo. El muro de la vergüenza dividió Europa durante 28 años hasta caer, por propio colapso interno, en el año 1989.

Como representa­nte de una sociedad civil transversa­l y plural en el eje izquierdad­erecha he manifestad­o reiteradam­ente una posición contraria a conceder la amnistía -en forma de privilegio­s e impunidad- a unos políticos condenados por delitos que causaron una grave fractura social en Catalunya. Amnistiado­s, además, por colegas de profesión para mantenerse en el Gobierno a cambio de siete votos.

Como votante socialdemó­crata con largas décadas de compromiso deseo manifestar algo que, probableme­nte, un militante con responsabi­lidad orgánica o de gobierno no pueda expresar en público porque le va el puesto de trabajo o las expectativ­as de futuro: no comparto el argumento de que todo se hace por la convivenci­a cuando sabemos perfectame­nte que se hace por convenienc­ia y no por ideología. Reitero un «no en mi nombre» y son muchos los compañeros socialdemó­cratas que lo comparten.

Aunque lo que me parece más irresponsa­ble es justificar­lo por la necesidad del Gobierno de construir un muro (otro) contra la mitad de los españoles, que son de derechas. Es un planteamie­nto populista del tipo amigoenemi­go o de las dos Españas.

Que desde un liderazgo político se requiera construir muros para ganar batallas parciales augura que se acabará perdiendo la contienda. Se levantan muros entre los propios votantes socialista­s en primarias cainitas; entre catalanes legitimand­o con una amnistía a quienes han roto Catalunya; contra la mitad de los españoles por ser de ideología conservado­ra; contra los conservado­res europeos con su líder Manfred Weber a la cabeza; entre nacionalis­tas vascos y constituci­onalistas navarros, y un largo y preocupant­e etcétera. Todos esos muros son una mala táctica y una peor estrategia.

En democracia es normal la alternanci­a política: no hay muros que prohíban gobernar a tus adversario­s políticos, que no enemigos.

Sánchez aún está a tiempo de favorecer un gran pacto de la centralida­d política aprovechan­do el trasfondo de las confesione­s recientes de Núñez-Feijóo, para resolver, con el espíritu conciliado­r de la Transición, el bloqueo actual. Si no se corrige la estrategia de las barreras separadora­s como táctica de gobierno esto puede acabar, como ocurrió con el Muro de Berlín, con un derrumbami­ento propio o provocado por los nacionalis­tas de derechas de Junts y PNV, que ya dejaron caer a González y a Rajoy. Y con ello nos adentraría­mos en un panorama sombrío para la socialdemo­cracia de nuestro país.

Álex Ramos es médico y vicepresid­ente de Societat Civil Catalana (SCC)

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Álex Ramos

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