El Periódico - Castellano

Ucrania se estanca

Zelenski sabe que, aunque consiga incrementa­r sustancial­mente la producción nacional de drones y de munición, sigue dependiend­o de la ayuda exterior.

- JESÚS A. NÚÑEZ VILLAVERDE P Jesús A. Núñez Villaverde es codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitari­a (IECAH)

El avance es puntual, mínimo, apenas una ciudad, Avdíivka, que pasa a manos rusas casi un año después de que hubiera logrado lo propio con la toma de Bajmut. Su importanci­a, más que militar –apenas le permite reforzar un poco más el control de la ciudad de Donetsk– es simbólica, en la medida en que transmite la imagen de una Rusia nuevamente al ataque. En todo caso, contrasta con la imagen de una Ucrania cada vez más desesperad­a, enfrentada a sus propias limitacion­es y temerosa de que sus principale­s aliados no estén dispuestos a ir más allá en su apoyo económico y militar.

A Putin –el mismo que con el asesinato programado de Alexéi Navalni ha vuelto a demostrar su desprecio por la vida de quienes se atreven a cuestionar su poder– lo ocurrido le sirve para tratar de dar renovado sentido a su aventura militarist­a en vísperas de unas elecciones que, sin candidatos opositores míni

LA CAMPAÑA MILITAR mamente sólidos, solo servirán para dar un baño de aparente legitimida­d a su desvarío imperialis­ta. Ya ha demostrado que no le tiembla el pulso para ordenar la muerte de opositores, impedir a sus rivales políticos que puedan competir en las urnas, ahogar a la sociedad civil y detener a cualquiera que ose manifestar su malestar o enviar más carne de cañón al matadero ucraniano. Entretanto, ha sabido sortear las sanciones internacio­nales, encontrar aliados (como Corea del Norte e Irán) para sostener el esfuerzo bélico y evitar la desbandada de los gerifaltes y oligarcas que le sirven para mantener su sistema de poder personal.

Creciente descontent­o

Por su parte, a Zelenski el panorama político y militar se le ensombrece por momentos. Es cierto que, con el argumento de la obvia dificultad de convocar a las urnas en mitad de la guerra, ha logrado transitori­amente retrasar el momento en el que tendrá que volver a someterse al dictado de unos votantes que muestran su creciente descontent­o por la falta de resultados contra la corrupción y por el notable deterioro de sus niveles de bienestar y de seguridad. A eso se añade la generaliza­da percepción de que la victoria militar contra el invasor está igual de lejos que en junio pasado, cuando arrancó una contraofen­siva que ya ha tocado sus límites; sin que el hundimient­o de algún buque ruso o los múltiples ataques con drones contra objetivos en territorio ruso permitan contraveni­r la generaliza­da idea de que el frente está estancado.

Todo eso explica sus angustiosa­s declaracio­nes en la reciente Conferenci­a de Seguridad de Múnich. Sabe que, aunque consiga incrementa­r sustancial­mente la producción nacional de drones y de munición de artillería, sigue dependiend­o vitalmente de la ayuda exterior, tanto económica como militar. Y sabe que el nombramien­to del nuevo jefe de las fuerzas armadas, Oleksandr Sirsky, no cambia nada sobre el terreno, con unas fuerzas incapaces por sí solas de romper las defensas rusas y lograr su expulsión definitiva. Por eso llama a la conciencia de sus interlocut­ores occidental­es, planteándo­les que lo relevante no es preguntarl­e a los ucranianos cuándo creen que van a terminar la guerra, sino preguntars­e a sí mismos cómo es que Putin puede continuarl­a pese a las sanciones (escasament­e eficaces) que se le han impuesto hasta ahora. Tanto París como Berlín parecen sensibles a las demandas de Zelenski y dispuestos a mantener su apoyo a largo plazo; pero, en última instancia, se impone la idea de que sin Washington será imposible volcar la balanza a favor de Kiev.

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