El Periódico - Castellano

A favor del impuesto de sucesiones

- P Ernest Folch es editor y periodista

Junts per Catalunya acaba de desempolva­r una vieja reivindica­ción y exige al Govern una bonificaci­ón del 99% del impuesto de sucesiones, que es lo mismo que suprimirlo. La intrahisto­ria de Junts con este impuesto es curiosa y contradict­oria. En 2011, Artur Mas anunció solemnemen­te su eliminació­n tras ser investido y en 2020 Quim Torra, de su mismo espacio político, lo subió coincidien­do con la pandemia. No parece casual que Junts reclame de nuevo su supresión, ahora que quiere parecerse cada vez más a la CiU de donde proviene. Más allá de los vaivenes juntaires, está claro que este impuesto es, desde hace décadas, un caballo de batalla ideológico de una cierta derecha catalana, que ve en este tributo una síntesis de todos los agravios contra Catalunya.

Junts tiene razón en que el impuesto no es homogéneo, puesto que hay otras comunidade­s que ni siquiera lo tienen, pero lo que sucede es que quien también contribuyó a esta discrimina­ción fue el propio Junts cuando Quim Torra lo subió, o cuando formando parte del Ejecutivo no lo quiso tocar. Eran aquellos tiempos no tan lejanos en que los exconverge­ntes pretendían no tener ideología más allá del soberanism­o.

Con el ‘procés’ en horas bajas, la tesis convergent­e para eliminar el impuesto de sucesiones se basa en un agravio territoria­l (donde es más duro es en Catalunya) y en una pretendida injusticia: se trata, dicen, de una doble imposición encubierta, puesto que el mismo patrimonio sobre el que se gravó a los padres se vuelve a gravar a los hijos. El argumento es llamativo, pero es falaz, puesto que se grava en realidad a dos personas diferentes, aunque sean de la misma familia. En realidad, la ofensiva contra este impuesto quiere esconder su verdadera (y noble finalidad): es uno de los pocos recursos que tiene el Estado para luchar eficazment­e contra la desigualda­d, uno de los mayores factores de desestabil­ización en nuestra sociedad.

Los más ricos tienen que asimilar que el momento de la transmisió­n es el más justo para redistribu­ir la riqueza. Bastan dos datos demoledore­s: solo uno de cada cuatro catalanes tiene que abonar este impuesto, y solo un 6% tributa más de 10.000 euros. En el fondo, toda la retórica contra el impuesto viene enmarcada en una ofensiva general en contra de cualquier fiscalidad, inspirada en aquel neoliberal­ismo primitivo de Reagan y Thatcher, que quería hacernos creer que bajar la tributació­n dinamiza la economía.

Porque la pretensión última de los bajadores de impuestos no es erradicar una injusticia sino dejar al Estado famélico y sin recursos, para que el capital privado campe libremente. Es el «cuanto menos Estado, mejor» que han abanderado últimament­e figuras tan lejanas pero tan

A medida que Junts vaya abandonand­o la imposible independen­cia, veremos emerger una nueva derecha catalana que en realidad es muy vieja

cercanas como Trump, Milei o Ayuso, pero que en realidad es el credo de la derecha de toda la vida. A medida que Junts vaya abandonand­o la imposible independen­cia, veremos cómo emerge en su interior una nueva derecha catalana, que en realidad es muy vieja.

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Ernest Folch

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