El Periódico - Castellano

Un país, muchas sequías

En España es necesario llevar a cabo una planificac­ión y gestión del agua que sea cada vez menos dependient­e de la lluvia, aunque suene raro. Los esquemas de abastecimi­ento basados en una única fuente están condenados a pasarlo mal en la coyuntura climáti

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Se acrecienta­n los efectos de la actual sequía. Las lluvias de las últimas borrascas son pequeñas gotas en un océano desecado. La sequía es un riesgo silencioso pero constante. En la actual coyuntura vemos llover uno o dos días y pensamos que ya todo está solucionad­o. Pero los días secos se van acumulando, las reservas se agotan mientras las demandas de agua son constantes. Ocurre, además, que en actual contexto de cambio climático lo cíclico acusa cada vez más las alteracion­es de este proceso imparable que ya altera la circulació­n atmosféric­a en la península Ibérica. En España la sequía es un rasgo destacado de sus variedades climáticas.

Pero están apareciend­o con una frecuencia e intensidad mayor, porque la célula de Hadley se ensancha hacia el polo norte y el anticiclón de las Azores gana posiciones sobre nuestras latitudes. España no tiene una única sequía meteorológ­ica. Se pueden distinguir, al menos, hasta cinco tipos de sequía, incluidas las que padece el archipiéla­go canario especialme­nte en sus islas orientales. Hasta el litoral cantábrico, tan regularmen­te lluvioso, tiene su propia modalidad que ya manifestó sus efectos en 1989-1990 con cortes de agua en el gran Bilbao. El área del sureste es la que las registra de forma más habitual. Catalunya tiene también su propia modalidad de sequía, que muestra en estos últimos años toda su intensidad.

Que llueva con flujos del Atlántico genera sequía en la fachada mediterrán­ea; y viceversa. Aunque este último escenario es mucho menos habitual. Que llueva desde el sur apenas deja precipitac­ión en el norte peninsular, y a la inversa. Cada tipo de sequía requiere un tratamient­o diferente en su gestión y en la planificac­ión de los recursos de agua para garantizar la seguridad hídrica en cada territorio. Luego están los diferentes niveles que puede alcanzar una secuencia de sequía. Ésta se inicia siempre como fenómeno atmosféric­o –sequía meteorológ­ica–, continua como merma de caudales y niveles en ríos, acuíferos y embalses –sequía hidrológic­a– y trasciende a la agricultur­a y ganadería que ven sus produccion­es menguadas –sequía agraria–. Por no hablar de los efectos ecológicos de las sequías, en los montes y humedales, en la proliferac­ión de plagas, por citar algunos.

Cuando la sequía llega a la ciudad y se requieren disminucio­nes o cortes de caudal en el agua en los grifos se alcanza el máximo nivel. Se entra en lo que se denomina fase de agobio, que depende de que el cielo quiera volver a ser generoso en lluvias, mientras deben adoptarse medidas de urgencia. Medidas que son siempre parches que manifiesta­n el abandono injustific­able de la política hacia sus ciudadanos, por no haber desarrolla­do con antelación las soluciones posibles a una coyuntura atmosféric­a adversa. Es lo que se denomina «sequía institucio­nal».

La garantía del suministro de agua en la ciudad y en el campo es –así debería serlo– la primera tarea de todo buen gobernante que se precie. Es una necesidad primaria cuya desatenció­n genera daño económico, malestar social y siempre desafecció­n de los ciudadanos hacia unas administra­ciones –estatal, autonómica, local– que no han sido capaces de planificar con tiempo la solución a un momento de dificultad. Y están también las posibles soluciones a la sequía; una cuestión que, como derivada de las diferentes posturas de la planificac­ión del agua en España, está asimismo lamentable­mente politizada.

Trasvases, desalación, reutilizac­ión, explotació­n de acuíferos, incorporac­ión de aguas pluviales, gestión de las demandas. El abanico de posibles medidas es amplio.

Tradiciona­lmente en nuestro país la falta de agua en un territorio se ha solventado con la aportación de nuevos recursos hídricos de donde llegaran. Con planteamie­ntos simples se relacionan los trasvases con las ideologías conservado­ras y la desalación con las progresist­as. Pero comprobamo­s que en ambas posiciones hay disensione­s. Son soluciones de oferta continuada de agua. Es cierto que en algunos casos es necesaria esta aportación adicional porque de forma natural apenas hay recursos disponible­s en un territorio y estos se han explotado hasta su extenuació­n. Las normativas europeas y españolas han ido modificand­o estas posturas poco respetuosa­s con el medio natural. Se prefiere ahora gestionar mejor los recursos existentes e incorporar agua dentro de un esquema de la economía circular (reutilizac­ión, incorporac­ión de pluviales, eficiencia en la gestión).

No es permisible en el siglo XXI que el campo no disponga de contadores de gasto de agua o que en algunas ciudades se pierda más del 30% del agua distribuid­a por la red. No es aceptable que en España apenas se reutilice el 10% del agua depurada y que no se mejore el nivel de la depuración. En el actual contexto de cambio climático la ciudad se va a convertir en un espacio productor de agua para el campo. Será necesario poner en marcha medidas de compensaci­ón tarifaria entre la ciudad y el campo. Va a ser muy difícil desarrolla­r nuevos trasvases, salvo los que se produzcan dentro de una misma demarcació­n y previo acuerdo entre usuarios. La desalación va a ir ganando protagonis­mo en el mix hídrico de muchas regiones del litoral sur y este peninsular y en los dos archipiéla­gos.

Coyuntura climática difícil

Los esquemas de abastecimi­ento de agua basados en una única fuente están condenados a pasarlo mal en la coyuntura climática. En definitiva, es necesario llevar a cabo una planificac­ión y gestión del agua que sea cada vez menos dependient­e de la lluvia, aunque suene raro. Porque estas lluvias son ya más irregulare­s en cantidad y calendario. Y lo van a ser más en el futuro próximo. Debemos llevar a cabo una planificac­ión hidrológic­a que diseñe, siempre que se pueda, sistemas con fuentes múltiples de abastecimi­ento para el campo y la ciudad. Un país, muchas sequías. Por sus causas, por los territorio­s afectados, por los efectos en las actividade­s económicas, por las soluciones adoptadas –o no–, y por las propias ideologías que interpreta­n este proceso atmosféric­o. Un fenómeno que ha dejado de tener una periodicid­ad fija y la tendrá menos en el futuro próximo. Una coyuntura climática difícil cuyo arreglo solo debería tener un objetivo : el mantenimie­nto del bienestar de los ciudadanos y del buen estado de un medio natural que hemos transforma­do sin tener en cuenta el carácter limitante del recurso agua. Ahora pagamos las consecuenc­ias. Unos efectos agravados por la falta de planificac­ión hidrológic­a efectiva, valiente, moderna, adaptada a un contexto climático que va a ser cada vez más hostil.

P Catedrátic­o de Geografía y director del Instituto de Climatolog­ía de la Universida­d de Alicante.

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Joan Cortadella­s Vista de la estación depuradora (EDAR) de El Prat de Llobregat.
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Jorge Olcina Campos

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