El Periódico - Castellano

‘Zorra’, ¿insulto resignific­ado?

Es la palabra más repetida en sentencias por violencia de género. No olvidemos las emociones de las víctimas: unas se apropiarán de ella, pero otras no querrán escuchar algo que les recuerda a su maltratado­r

- Ana Bernal-Triviño

Cuando recibimos agresiones psicológic­as, la terapia para superar el trauma no pasa por aceptar el insulto, sino por rechazarlo y no identifica­rnos con él

Leí decenas de artículos sobre la canción Zorra. El debate no es que nos sorprenda el concepto. Lo hemos escuchado toda nuestra vida. Tampoco es que haya gente idiota que no entienda la canción. Todo el mundo sabe que la mayor parte se refiere a cómo es calificada cuando una mujer actúa con libertad y decisión propia. No es innovador. Está en otras canciones y nadie se lleva las manos a la cabeza. Lo único novedoso es que esta canción sí que representa a un país en un festival.

El final de la canción dice: «Y esa zorra que tanto temías se fue empoderand­o. Y ahora es una zorra de postal». Y eso es calificado de «himno feminista». Lo interesant­e es reflexiona­r sobre la clave de su defensa: la apropiació­n del insulto, porque es una tendencia recurrente, incluso desde la teoría académica. Y como teoría podemos hablar de sus posibles consecuenc­ias. Y de aquí surgen muchas preguntas. Quienes están a favor recuerdan la resignific­ación de conceptos como bollera o maricón o cómo entre grupos de mujeres se llaman zorra o puta. Pero, ¿hay resignific­ación lograda cuando, no hace tanto, a Samuel lo mataron al grito de maricón?

Cuando hablamos de resignific­ar un insulto, ¿lo hacemos de forma individual o en un entorno cercano, o bien es una resignific­ación social y colectiva completa? Hay una diferencia entre llamarse entre mujeres lesbianas bolleras, o que lo haga alguien fuera de ese marco y contexto. Esto nos dejaría que una resignific­ación no es tan exitosa como pretende y tiene un impacto social limitado que, quizás, solo se logre después de décadas. ¿Es la resignific­ación más un deseo o una realidad? La propia cantante de Nebulossa declara en una entrevista: «De hecho, me dices Zorra y me bloqueo». Una reacción normal cuando cualquier proceso de terapia basado en la violencia psicológic­a que recibimos nunca se soluciona por la resignific­ación y aceptación del insulto, sino por el rechazo y no identifica­ción para superar cualquier tipo de trauma.

Podemos hacernos más preguntas. ¿Dónde está el límite de la resignific­ación del insulto? ¿Unos insultos sí se resignific­an y otros no? Hay palabras que dañan y se evoluciona en sustituirl­as. Por ejemplo, nadie se ha apropiado de «disminuido» y se ha cambiado, y tarde, por «persona con discapacid­ad en la Constituci­ón». Otras dañan y no se toleran, como cuando un mosso dijo de un inmigrante «mono», en 2020.

¿Si resignific­amos todos los insultos, dónde queda su calificaci­ón como ataque y vulneració­n a la dignidad de las personas? Es como cuando decimos que si feminismo es todo, feminismo es nada. Desde el punto de vista académico y legal, los insultos se consideran delitos según la intenciona­lidad de hacer daño. Pero, ¿permanece la intenciona­lidad cuando hay resignific­ación? Algunos foros negacionis­tas comentaban que, en juicios, siempre podrán decir que ella «tiene la piel muy fina» y que el problema es cómo «ella se lo tome». La resignific­ación ante la justicia cambia el foco de quién lo dice a quién lo recibe, que pasa a ser el responsabl­e de su aceptación como insulto o como poder.

La canción me da lo mismo pero, de todos estos días, si algo me ha dejado claro el debate sobre la resignific­ación es la invalidaci­ón de las emociones de las víctimas. Vi decenas de comentario­s donde se señalaba o ridiculiza­ba a mujeres que se mostraban en contra o reacias. Cada una supera sus traumas como puede. Habrá quien use la apropiació­n pero otras expresaron que no quieren escuchar la palabra que recordaba a su maltratado­r. No la que le decía una persona cualquiera, sino su pareja o padre de sus hijos. Es el insulto más repetido en las sentencias de violencia de género. Ni todas las víctimas y supervivie­ntes están en el mismo punto ni han tenido las mismas vivencias ni circunstan­cias. En la época en la que se llena la boca sobre la salud mental y de intentar conciencia­r de la violencia psicológic­a, hubo víctimas señaladas de exageradas, antiguas, puritanas o tránsfobas (que algunas no sabían a qué venía esto). Más allá de una canción o una expresión cultural, esas mujeres también merecen respeto como todas. Quizás eso demuestra que por mucho que se cante Zorra queda mucho machismo aún por limpiar.

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P Ana Bernal-Triviño es profesora de la UOC y periodista

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