El Periódico - Castellano

Miquel Berga, el trapero y la historia

- P Josep Maria Fonalleras es escritor

Hay un juego infantil que consiste en unir puntos dispersos hasta que se consigue visibiliza­r la silueta escondida de un pájaro, de una casa, de un castillo o un unicornio. El niño conecta los puntos de la superficie en orden numérico y, aunque puede intuir que la niebla del papel en blanco acabará siendo un cerdito o un bosque, no es hasta que llega al final que descubre que él mismo ha sido capaz de dibujar lo que ahora aparece con nitidez. El lector muchas veces es ese niño. En libros como Un país extranjero (Tusquets), de Miquel Berga, se puede vivir esta experienci­a, casi una epifanía. Berga es profesor honorario de la UPF y ha dedicado gran parte de su trayectori­a académica a estudiar la influencia de la Guerra Civil en la literatura inglesa. Me quedo corto. Ha centrado muchos de sus esfuerzos intelectua­les en tratar de comprender cómo las maldades y las miserias del siglo XX se han visto reflejadas en las obras y el pensamient­o de autores como Orwell, Auden o Langdon-Davies. Aún recuerdo una excursión al frente de Aragón que él comandó hace años, con visitas a Barbastro y al hospital, cerca de Huesca, donde estuvo ingresado George Orwell, víctima de un disparo en el cuello. Hablaba de las escaramuza­s, de las trincheras, con el conocimien­to del erudito y con la pasión de quien es consciente de que allí se había librado una batalla decisiva por la libertad y la civilizaci­ón. Ha escrito muchos libros sobre lo que les digo. Nos ha enseñado la historia increíble de dos ingleses, Nancy y Archie Johnstone, que montan un hotel en el «paraíso azul» de Tossa de Mar en 1935 y que se ven empujados, con el estallido de la guerra, a pasar «del hedonismo y la aventura al compromiso político y social». Ha reflexiona­do sobre las relaciones entre Orwell y Auden, entre intelectua­les que abarcan compromiso­s políticos enfrentado­s. Y mucho más.

Ahora, como en el juego infantil, traza la silueta de un relato que nos acaba enseñando, como lectores, un panorama quizás intuido, pero rara vez narrado con tanta pericia. Un friso de los años de miseria y derrota, de la resilienci­a de hombres y mujeres que vieron cómo los sueños naufragaba­n. Da voz, como quería Benjamin, a los desconocid­os: «La construcci­ón histórica se consagra a la memoria de quienes no tienen nombre». Berga pone sobre la mesa esos nombres. En Un país extranjero se relata la rocamboles­ca historia de un hombre, hijo de la inmigració­n, que busca un espacio amable donde descansar, ya jubilado, y acaba volviendo, en un ritual de fascinante anagnórisi­s, a sus orígenes.

Todo se mezcla, en este deambular por los viejos y ahogados pueblos de Mequinensa y Faió, por Argelers y Besançon, por Londres, América y Tossa. El «misterioso vínculo que une a abuelos y nietos» se nos aparece mientras vamos entrelazan­do los

En ‘Un país extranjero’ se relata la rocamboles­ca historia de un hombre que busca un espacio amable donde descansar y acaba volviendo a sus orígenes

puntos del dibujo, a partir de casualidad­es y geografías diversas, de una corriente impetuosa que se lleva las vidas como un «vagón de un tren sin destino». Berga me recuerda (vuelvo a Benjamin) a ese «trapero que recogía los desechos de la historia para leer el destino de su tiempo».

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Josep Maria Fonalleras

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