Un binomio inquebrantable
La huella que dejó Diego Maradona es indeleble en el ánimo de los napolitanos y en la ciudad, con la cantidad de retratos y pinturas esparcidas por todos sus rincones.
Al suroeste de Italia, en la región de Campania, se encuentra la ciudad de Nápoles, cuya historia reciente vive inevitablemente ligada a su club de fútbol y a una figura: Diego Armando Maradona.
A medida que uno se adentra en las laberínticas calles de la urbe, las pizzas a precio de kebab se convierten en un reclamo para el turista, que solo debe preocuparse por decidir si acompañará su Marinara con cerveza Peroni o Moretti. Sin embargo, ni la mejor de las gastronomías logra enmascarar la decadente realidad de la ciudad.
Por encima de los peatones, banderas y pancartas de Maradona, de colores acuarelados por efecto del tórrido sol, yacen al lado de los rostros de Kvaratskhelia y Osimhen, estampados en figuras antropomórficas para mantener vivo el recuerdo de un Scudetto que parece tan lejano como los de 1987 y 1990. «Lo del año pasado fue algo único, no se repetirá», se consuela Giulia, trabajadora de la pizzería Mammina, junto al mural de San Gennaro.
Si el declive es lo que reina en Can Barça, en Nápoles asoma el fantasma de otro invierno de 30 años para reencontrarse con la gloria: novenos en Serie A, eliminados en octavos de la Coppa ante un Frosinone candidato al descenso y un cambio de entrenador a pocas horas de la primera eliminatoria de Champions. Un desastre que transgrede los límites de lo meramente deportivo. Porque, más que en ningún otro lugar del mundo, la frontera entre ciudad y club se diluye con el binomio SSC Napoli-Nápoles. Y cuando se habla del Napoli, se habla de Maradona.
Perpendiculares a vía Toledo, se abren estrechos callejones que son la entrada al centro histórico, donde el fútbol se respira en cada esquina. La zona de los Quartieri Spagnoli acoge entre sus escalinatas un sinfín de pinturas del Pibe de Oro, en una colección que encuentra su epicentro en el imponente mural de Via Emanuele de Deo.
Allí, un frutero que comparte nombre con la calle en la que se halla su parada diferencia al delantero de Villa Fiorito del resto de futbolistas: «La humanidad que tuvo con la ciudad y su gente lo hicieron inigualable. [El mural] lleva 34 años aquí y mira», comenta sobre la aglomeración de visitantes sin despegar los ojos de la obra del artista Mario Filardi. «No es un jugador, es un dios», agrega.
Miles de retratos
Como el de los Quartieri Spagnoli, miles de retratos de El Pelusa tiñen de color una ciudad cuya identidad se cimienta en su club de fútbol. A su vez, napolitanos de todas las edades piden donaciones para el mantenimiento de estas pinturas, que a diferencia del recuerdo de los personajes que ilustran sí sufren el paso del tiempo.
La iniciativa cobra valor en el contexto de miseria en el que históricamente está sumido la ciudad, donde, sin embargo, las prioridades se mantienen intactas. «El Diego es el Diego», zanja uno de los recaudadores.
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