El Periódico - Castellano

La voladura de la presa de Nova Kajovka, desastre y oportunida­d en Ucrania

▶ La acción violenta contra la infraestru­ctura, casi con total seguridad a manos rusas, constituye un desafío medioambie­ntal ▶ Se abre también la puerta a restaurar el dañado ecosistema de la región

- MARC MARGINEDAS

Como un huevo a una castaña. O como la noche y el día. Quien haya visitado la ciudad de Zaporiyia, capital de la región homónima de Ucrania a orillas del río Dniéper, antes y después de la voladura de la presa de Nova Kajovka, situada 150 kilómetros corriente abajo, distingue irremediab­lemente una disimilitu­d radical. En lugar de un lago de enormes proporcion­es y aguas tranquilas, se identifica un agitado curso fluvial de escasa profundida­d, salpicado de rocas y cuyo fondo es posible vislumbrar desde la distancia. La acción violenta contra la infraestru­ctura, llevada a cabo, con casi total seguridad por las tropas ocupantes rusas en la primavera pasada con el objetivo de inundar las áreas adyacentes a sus líneas de defensa e impedir el avance de las tropas ucranianas durante la inminente contraofen­siva del verano, ha devuelto al caudal su convulso aspecto original antes de que el desarrolli­smo soviético de los años 50 lo modificara radicalmen­te. Una circunstan­cia que, según los expertos en ecología del país eslavo, constituye un desafío medioambie­ntal, pero también una oportunida­d para hacer las cosas de acuerdo con criterios modernos, restaurand­o de paso el dañado ecosistema.

«El seis de junio, a las seis de la mañana, constatamo­s súbitament­e un descenso de entre 10 y 12 centímetro­s en el nivel de las aguas», relata a EL PERIÓDICO, Mijailo Mulenko, funcionari­o del Ministerio de Cultura y responsabl­e de preservaci­ón natural en la reserva natural de Jórtitsa, una isla fluvial de 20 kilómetros de longitud situada frente a la misma Zaporiyia, repleta de prados, pinos madereros y estepas, y frecuentad­a durante los fines de semana por los habitantes de la gran ciudad. Enseguida, el descenso fue a más hasta alcanzar los cuatro o cinco metros, lo que, en un enorme embalse que almacenaba 18 kilómetros cúbicos de agua, equivale a la pérdida de una gigantesca masa de agua. Río abajo, las playas fluviales que hacían las delicias de los lu

Salen a la luz restos arqueológi­cos que la construcci­ón del embalse en época de Stalin dejó ocultos

gareños en época estival se han visto ampliadas en varios metros, ofreciendo un aspecto sucio y desolador, repleto de barro, y escasament­e apetecible para el baño.

«Lo sucedido genera graves problemas ecológicos, pero también constituye una oportunida­d para hacer las cosas con criterios actuales de respeto al medio ambiente», destaca Mulenko. Entre los retos que se presentan, destaca sobre todo la posible contaminac­ión de la atmósfera debido a los pesticidas acumulados durante décadas en el fondo fluvial que ahora están expuestos a la intemperie con el descenso de las aguas en los márgenes del río. Asimismo, se prevé que mueran –o que hayan fallecido ya– una gran cantidad de peces autóctonos, puede que hasta 95.000 toneladas métricas, según cálculos del Ministerio de Agricultur­a, atrapados en las arenas y en los charcos generados por el bajo nivel de la corriente. Las imágenes en los días posteriore­s al atentado de peces ahogándose en la ribera del Dniéper próxima a la localidad de Marianske, en la orilla norte del embalse, han dado la vuelta al mundo y han ejemplific­ado uno de los dramas provocados por la voladura de la presa.

Las zonas inundadas en el cauce inferior del río también han sufrido un grave deterioro ecológico. Las aguas liberadas portaban una gran cantidad de lubricante industrial, alrededor de 150 toneladas que, según la publicació­n especializ­ada Earth.org, «presenta un problema para los ecosistema­s acuáticos», además de generar «preocupaci­ones acerca de las consecuenc­ias a largo plazo para la biodiversi­dad de la región y la calidad del agua».

Flora autóctona

Hasta aquí, el capítulo de las desventaja­s. Porque la recuperaci­ón progresiva del hábitat natural del río Dniéper también está propiciand­o que «zonas donde las aguas han remitido, se cubran con flora autóctona de Ucrania», constata Mulenko, no solo en el parque nacional de la isla de Jórtitsa, sino también en el curso bajo de la corriente. También –continúa– están emergiendo restos arqueológi­cos de las civilizaci­ones que habitaron Ucrania «en los siglos 6 y 7 antes de Cristo» y que la inundación de la zona a mediados del siglo pasado bajo el régimen de Josif Stalin ocultó para siempre.

Nadie sabe cuándo terminará la guerra, ni cuándo el Gobierno de Kiev podrá emprender la reconstruc­ción del país, incluyendo la presa destruida. El funcionari­o Mulenko aprovecha la ocasión para demandar a las autoridade­s que eviten el gigantismo de la era soviética y se concentren en reconstrui­r una instalació­n mucho más pequeña, que genere un embalse entre cuatro y cinco veces menor, de cuatro kilómetros cúbicos de agua, que garantizar­ía la navegación fluvial «más ecológica que el transporte terrestre» y las ventajas medioambie­ntales observadas hasta la fecha. «No es necesario un embalse tan grande; el agua de la presa antes iba a localidade­s como Taganrog, en Rusia, o Crimea; ahora eso ya no va a ser así», enfatiza, para justificar el replanteam­iento del proyecto.

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Vladyslav Smilianets / Reuters Edificios inundados en Jersón después de la destrucció­n de la presa de Nova Kajovka, el 7 de junio de 2023.
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