El Periódico - Castellano

El malecón

Los capitanes blancos ya se encargarán de asesorar al astro francés sobre cómo hay que remangarse para iluminar cinco Copas de Europa. Más allá del dinero, el Madrid le puede saber a gloria.

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Hace siglos que Mbappé llegó al Real Madrid sin haber llegado. La ridícula sensación es inevitable, dada la perpetuida­d del serial. Estos días, Marca lanzaba una elocuente portada con un montaje de más de 60 primeras páginas dedicadas al culebrón del francés. Más de dos años con el ¡que viene, que viene! y unos cuantos soponcios por el camino. Por fin, ya parece testado el fichaje de los fichajes de todos los fichajes. Con el chacal francés más a la vista que nunca resultarán tan intrigante­s las megacifras del acuerdo como la sintonizac­ión del jugador con el club, el vestuario y la hinchada. Un ecosistema desconocid­o para el galo.

El Madrid no es el PSG, alumbrado 68 años después, cuando los blancos ya llevaban seis flechazos con la Copa de Europa. Nada tiene que ver el poso de una institució­n en lo más alto de la realeza futbolísti­ca con la advenediza entidad parisina. Detrás del Madrid no hay más fondo soberano que el de su esplendent­e historia. En Chamartín, el club de Di Stéfano, Gento, Amancio, Butragueño, Raúl, Casillas, Cristiano… siempre ha estado por encima del personal, fuera del linaje que fuera. Primero el club, luego el equipo y más tarde tal o cual estrella de paso. Hace años que Florentino Pérez salió escarmenta­do con el egómetro de los galácticos.

La cultura madridista

Mbappé será del Madrid, pero el Madrid no estará a los pies de Mbappé. Nadie le regalará la Torre Eiffel y no se prevé que en su relación con la casa blanca tercie Pedro Sánchez, como hiciera Emmanuel Macron entre el PSG y el icónico futbolista del distrito capitalino de Bondy.

Mbappé no solo tendrá que rebajar su ya infinita tesorería. Incluso el mejor jugador del firmamento deberá empaparse de la cultura madridista y amoldarse a la actual mancomunid­ad de la caseta. El fabuloso delantero llega con un Mundial en la mochila (Rusia 2018) y como inolvidabl­e actor principal –junto a Messi– de la mejor final de un campeonato del mundo (Catar 2022). Pero al pisar Valdebebas, por mucho que no pertenezca­n a la espumosa pasarela de las celebridad­es, capitanes como Nacho y Carvajal le podrán gesticular con una manita a lo Piqué. Ellos, como Kroos y Modric –si el croata aún es camarada madridista–, le podrán hipnotizar con las cinco Champions que les contemplan.

Mbappé está seco en Europa.

En el campo, el arrope tampoco será el mismo. En París, su patio particular, no cuajó su filiación de Messi y Neymar. En Chamartín, Vinícius y Bellingham, que se mueven por el radar que le gusta al galo, no son unos piernas. Y cuidado con el empuje del emergente Endrick y los sublevados Joselu e Ibrahim. Por supuesto, ninguno tendrá más peso que Mbappé, pero le forzarán a algo más que un simple vedetismo. En la Francia de Mbappé un grupo de mosquetero­s con Griezmann al frente se deja el corazón en los huesos por su estrella. En La Castellana el convoy es otro. Además, los medidores de Florentino Pérez no son los de Nasser Al-Khelaifi, los antojos maternales no cuentan y Carlo Ancelotti se las sabe todas.

Mbappé, aun con ciertos mimos, tendrá que ser el jugadorazo que es. De lo contrario, ya se encargará Nacho de asesorarle sobre cómo hay que remangarse para iluminar cinco Copas de Europa. Más allá del dinero, a Mbappé el Madrid le puede saber a gloria.

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José Sámano

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