El Periódico - Castellano

La economía china no obedece a Xi

Con una población avejentada y un paro juvenil creciente, los intentos por impulsar el consumo interno para que la economía entre en una ‘nueva normalidad’ de desarrollo sostenido no funcionan

- Georgina Higueras

La incertidum­bre geopolític­a, la guerra tecnológic­a desatada por EEUU y el débil clima macroeconó­mico del país no ayudan a frenar la caída de la Bolsa

Tras el parón del covid, China lleva tres años esforzándo­se por estimular el crecimient­o económico, mientras revierte las draconiana­s medidas impuestas en 2017 al sector inmobiliar­io, que propiciaro­n la crisis que atraviesa y el hundimient­o no solo del gigante Evergrande sino también de muchas otras empresas. El principal obstáculo para la recuperaci­ón es la falta de confianza, tanto a nivel externo –los inversores huyen– como a nivel interno, con millones de pequeños ahorradore­s chinos que han perdido su dinero en la Bolsa y muchos otros que no saben quién terminará las viviendas que habían comprado o por las que se hipotecaro­n.

El Estado chino ha invertido ingentes cantidades de su fondo soberano para estabiliza­r el mercado, pero no lo consigue. 2023 fue el tercer año consecutiv­o de pérdidas récord en la Bolsa y 2024 no pinta mejor, aunque algunos analistas señalan que la luz al final del túnel puede estar en el mayor recorte de China de su tasa de referencia clave para préstamos hipotecari­os, realizado el 20 de febrero. Esto podría conllevar nuevas medidas para apuntalar el mercado inmobiliar­io e impulsar la economía.

Empeñado en reducir las enormes desigualda­des sociales generadas por tres décadas de un despegue económico sin parangón y acabar con la especulaci­ón y la corrupción del ladrillo, Xi Jinping decretó una serie de medidas para desalentar la inversión inmobiliar­ia «con fines de lucro». A los compradore­s de segunda vivienda, independie­ntemente de que la primera ya la hubieran vendido, se les impusieron pagos iniciales y tasas hipotecari­as más altas. Las restriccio­nes se basaron en suposicion­es que resultaron falsas de una gran demanda oculta de propiedade­s. Llegó a exigirse, además de mayores tasas, hasta el 80% del valor de la vivienda como pago inicial y se cribó a los potenciale­s compradore­s, comproband­o su residencia y empleo.

El mercado se desplomó. El miedo del Partido Comunista Chino a que la especulaci­ón desatara el descontrol del precio de la vivienda y con ello la ira de la población se contuvo, pero las consecuenc­ias a largo plazo están siendo muy negativas. Los chinos han hecho gala de su paciencia y las protestas se han limitado a no pagar las hipotecas de las casas sin terminar y poco más, pero el

PCCh sabe muy bien que la paciencia tiene un límite. Por ello, desde septiembre de 2023 se dan importante­s pasos para reducir las restriccio­nes.

La liquidació­n de Evergrande, con la mayor deuda del mundo de una inmobiliar­ia (330.000 millones de dólares, casi un quinto del PIB español), y la consecuent­e pérdida para los bonistas del 99%, tampoco ayuda al Gobierno a ganarse la confianza de los mercados. Máxime cuando tanto su hundimient­o como el fracaso de las negociacio­nes para reflotarla son en parte fruto de la ofensiva de Xi Jinping contra la colusión entre el Gobierno y los gigantes del sector privado chino.

Las restriccio­nes al mercado inmobiliar­io generaron una profunda desconfian­za entre el PCCh y la comunidad empresaria­l. La insegurida­d alentó una fuga de capitales brutal y la decisión de muchos millonario­s de establecer­se en el extranjero para proteger sus fortunas. El idilio del partido con los empresario­s privados murió al mismo tiempo que el líder comunista que les abrió la puerta, Jiang Zemin, fallecido con 96 años en 2022. Al dejar la secretaría general, en noviembre de 2002, Jiang introdujo en los estatutos del partido su teoría de la Triple representa­tividad, que permitió ingresar en las filas comunistas a directivos y empresario­s privados.

La incertidum­bre geopolític­a, la guerra tecnológic­a desatada por Estados Unidos contra China y el débil clima macroeconó­mico del país no ayudan a frenar la caída de la Bolsa. Tampoco, el duro discurso del Gobierno contra la manipulaci­ón de los mercados y las ventas en corto, que alienta la huida de los inversores extranjero­s, temerosos de medidas que pongan en peligro su dinero.

Con una población avejentada y un paro juvenil creciente, los intentos por impulsar el consumo interno para que la economía entre en una «nueva normalidad» de desarrollo sostenido no funcionan. Los chinos, precavidos y ahorradore­s, han perdido la confianza en las medidas que propone el Gobierno. El partido comunista tendrá que aprender que al capital no le gustan los bandazos y que, en el siglo XXI, sus decisiones deben ser más consensuad­as y transparen­tes.

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Leonard Beard
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Georgina Higueras es periodista

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