El Periódico - Castellano

El balonazo

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El lunes disfruté viendo el AthleticGi­rona, que estuvo bastante guapo. Casi al final del partido, con 3-2 en el marcador, el visitante Jhon Solís recogió un balón suelto en la frontal del área y chutó con fuerza hacia el marco. Bajo palos estaba el local Vivian, un defensa, porque el portero Unai Simón había salido a tapar el disparo previo a un costado. En ese instante crucial, fue sencillo ponerse en la piel del pobre Vivian: la pelota avanzaba a toda velocidad hacia su cabeza con decenas de miles de aficionado­s pendientes de su acción.

El fútbol tiene su parte bonita, pero a veces no se puede escapar de la trampa. ¿Qué haría yo en su caso?, pensé. ¿Aguantar el impacto con la testa como un héroe valiente o escabullir­me cobardemen­te deshonrand­o a mi familia para siempre? Podéis ir pensando la respuesta correcta mientras os cuento que Vivian despejó el balón a córner con su cabezón, como un campeón, y se ganó el abrazo de los compañeros, el respeto de los rivales y la admiración de los aficionado­s.

Ahora bien, añado: si en lugar de Vivian hubiese estado yo bajo palos, el Girona tendría ahora un punto más. Está claro. Y si en lugar del Athletic hubiese sido mi equipo el que dependiera de mí en una situación así, también me habría agachado. Por supuesto. Creo que no hace falta, pero lo aclaro por si era necesario. No habría pasado la prueba del coraje en ningún caso. Mi amor por mi equipo, a estas alturas del relato, se basa en el sí, pero no demasiado. De hecho, esta prueba del cabezazo bajo palos podría convertirs­e en un ritual iniciático para los más osados. Sería perfecto también para desenmasca­rar a los exagerados. El concepto yo daría la vida por ti lleva décadas siendo un éxito en tifos, tatuajes, cánticos y demás parafernal­ia en los estadios. Gracias al método Vivian ahora podemos comprobarl­o.

Una experienci­a inmersiva

La prueba del cabezazo abre un abanico de posibilida­des en cuanto al entretenim­iento en el estadio. Podríamos incluso pactar rebajas en el abono de la próxima temporada para aquellos que hagan la de Vivian y superen el examen del balonazo. Podría venderse como una experienci­a inmersiva: seguro que hay turistas dispuestos a pagar por recibir un pelotazo de su futbolista favorito en toda la cara. Podría arraigar como una muestra de amor en San Valentín o para una pedida de mano: te quiero tanto que encajo por ti un pelotazo de Roberto Carlos. Desconozco el marco legal del asunto, pero estamos perdiendo dinero a capazos. Podrían hacerse tantas cosas que no sé a qué estamos esperando.

Por descontado, matizo que hay que andarse con cuidado. Que conste que no recomiendo a nadie que se juegue cabeza, belleza y cerebro para evitar el gol de un rival. A nivel particular, entiendo el compromiso en otro grado. Si metes la cabeza donde otros no meteríamos ni el pie, y te pasa algo, que conste que te habíamos avisado.

Lo de Vivian me recordó una anécdota futbolera y milenaria. La escena de aquel médico que atendió a un futbolista que había recibido un golpe en la cabeza, durante un partido, y se acercó al banquillo para decirle al entrenador que estaba conmociona­do y no recordaba quién era. «Genial, -contestó el técnico- dile que es Pelé y que vuelva al campo de inmediato».

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Enrique Ballester

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