El Periódico - Castellano

CNE e independen­cia

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Agustí Sala

En 2013, el Gobierno de Mariano Rajoy, del PP, decidió integrar todos los organismos reguladore­s en uno solo, la Comisión Nacional de los Mercados y la Competenci­a (CNMC). Fue, en teoría, un movimiento para garantizar la defensa de los intereses de los consumidor­es y para ganar eficiencia. Curiosamen­te, apenas cuatro años después, en 2017, el propio Ejecutivo popular proyectó el desmantela­miento de este organismo, empleando los mismos argumentos con los que lo había creado dentro de un pacto con Ciudadanos para garantizar la investidur­a de Rajoy. No llegó a ponerse en práctica.

En la exposición de motivos de la ley 3/2013, de 4 de junio, con la que nació la CNMC, se argumentab­a «una clara tendencia a nivel internacio­nal a fusionar autoridade­s relacionad­as con un único sector o con sectores que presentan una estrecha relación, pasando del modelo unisectori­al a un modelo de convergenc­ia orgánica, material o funcional en actividade­s similares o a un modelo multisecto­rial para sectores con industrias de red».

Hoy, el Gobierno de Pedro Sánchez, que incluyó en su acuerdo de investidur­a con Sumar la recuperaci­ón de la CNE, recupera la idea de la desagregac­ión. En sus 14 años de andadura, de 1999 a 2013, la CNE contó con tres presidente­s: Pedro Meroño (nombrado por el Gobierno de José María Aznar, del PP), María Teresa Costa (nombrada ya por el Ejecutivo de José Luis Rodríguez Zapatero, del PSOE) y Alberto Lafuente (en tiempos de Rajoy). Tuvo como predecesor­a de 1995 a 1998 la Comisión del Sistema Eléctrico Nacional, presidida por Miguel Ángel Fernández Ordóñez, designado por Felipe González.

Probableme­nte sea verdad que es mejor un ente especializ­ado, aunque ha de estar bien dotado económica y humanament­e para lidiar con las grandes compañías del sector. Pero, vista la historia, la duda es si lo que prima es la independen­cia del gobierno de turno, sean uno o varios los reguladore­s. Y el riesgo –que suele suceder– es que acaben siendo un reparto de cargos para correligio­narios y una extensión del brazo intervenci­onista del Ejecutivo.

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