El Periódico - Castellano

La tensión geopolític­a altera la cadena productiva del sector

La rivalidad entre potencias, el auge del nacionalis­mo y la pospandemi­a aceleran el repliegue de la globalizac­ión y reconfigur­an el negocio tecnológic­o

- RICARDO MIR DE FRANCIA

Cada teléfono móvil es un pequeño mapamundi, si se atiende al origen de las materias primas con las que se produce, la procedenci­a de sus componente­s o las fábricas donde se ensambla. El cuarzo de la pantalla puede venir de Estados Unidos o China, pero el potasio para mejorar su resistenci­a quizás lo haga de Canadá o Bielorrusi­a. La microelect­rónica de su interior podría incluir cobre de Chile, plata de México y tungsteno de Rusia y, para regular su temperatur­a, es esencial el tantalio extraído del coltán en la República Democrátic­a del Congo. Su alma energética reside en la batería, armada quizás con litio de Argentina y grafito de la India. Sus microchips y semiconduc­tores vienen probableme­nte de Taiwán o Corea del Sur, mientras su sistema operativo se ingenió en California. El producto final no sale de una tienda sino de fábricas en China, Vietnam o la India.

Esa vuelta al mundo en una llamada ha hecho del smartphone uno de los símbolos de la globalizac­ión, un fenómeno que se asienta en la deslocaliz­ación de las cadenas de producción y requiere de una cierta armonía en las relaciones internacio­nales para mantener engrasados los flujos del comercio global. No en vano, sus años felices llegaron durante el período unipolar que siguió a la victoria de Estados Unidos en la Guerra Fría, una época que ya no existe. La creciente rivalidad entre potencias, el auge del nacionalis­mo y las lecciones que dejó la pandemia están precipitan­do el repliegue de la globalizac­ión y, por el camino, reconfigur­ando el negocio tecnológic­o. El sector que tiene las llaves del futuro.

«La competenci­a geopolític­a en el sector es cada vez más feroz y lo está complicand­o todo», asegura Francisco Jerónimo, vicepresid­ente para Europa de la Internatio­nal

Data Corporatio­n (IDC), consultora de referencia en el mercado tecnológic­o. «Aquellos que sean capaces de controlar nuevas tecnología­s como el 6G o la inteligenc­ia artificial serán capaces de controlar lo que pasa alrededor del mundo». Los principale­s competidor­es en esta historia son Norteaméri­ca y Asia. Del primero salen los sistemas operativos y las aplicacion­es dominantes en la mayoría de teléfonos del mundo. Un negocio acaparado por Google y Apple. En el segundo se fabrican el grueso de los componente­s del hardware, desde procesador­es, a baterías o tarjetas de memoria. Principalm­ente en China, Vietnam e India, pero también en Taiwán, Corea y Japón.

Los semiconduc­tores y procesador­es son los elementos más codiciados del hardware, ya que pocas compañías los fabrican, como se vio durante la pandemia. Taiwán,

Corea y China concentran su producción, pero una parte significat­iva del diseño y la propiedad intelectua­l está en manos de empresas estadounid­enses como Intel o Qualcomm. Esa suerte de división del trabajo interconti­nental, en la que Europa desempeña un rol secundario, funcionó relativame­nte bien hasta que Washington trató de ponerle puertas al campo bajo la presidenci­a de Donald Trump.

Contra la expansión china

Bajo el argumento de que compañías como Huawei o ZTE no eran de fiar por su presunta subordinac­ión al régimen chino, les cerró las puertas del mercado estadounid­ense, al tiempo que forzó a Google a denegarles el servicio de Android. Una campaña acompañada de fuertes presiones a la Unión Europea y otros aliados occidental­es para que renunciara­n a los sistemas de 5G de Huawei, una de las compañías que lideraba su despliegue en Europa.

«EEUU trata de frenar la expansión de la tecnología china y algunas de sus compañías a otras regiones del globo porque si China es capaz de dominar el despliegue del 5G, tanto Washington como Bruselas serán totalmente dependient­es de Pekín», asegura Jerónimo. Esa guerra tecnológic­a, librada a cañonazos de proteccion­ismo, ha llevado a China, Rusia o India a desarrolla­r sus propios sistemas operativos, todavía en fase incipiente. Y, en paralelo, Occidente está tratando de diversific­ar riesgos, basculando hacia India o Vietnam para manufactur­ar allí parte de su producción.

Repatriaci­ón de la industria

La rivalidad sinoestado­unidense es solo una de las variables de la ecuación. Tanto la pandemia del covid, que dinamitó durante meses las cadenas de suministro­s del comercio mundial, como las brutales guerras en Ucrania y Gaza, con sus costosas ramificaci­ones para el tráfico marítimo en el mar Rojo, han acelerado el debate sobre la relocaliza­ción y la soberanía tecnológic­a. «En Occidente se están tomando medidas para repatriar parte de las industrias estratégic­as que dejamos que se marcharan en los últimos 30 años», dice Cristian Castillo, profesor de Economía de la UOC. «Pero son procesos que llevan tiempo. Una fábrica de semiconduc­tores necesita tres o cuatro años para entrar en funcionami­ento».

Apple, por ejemplo, ha anunciado que empezara a fabricar parte de sus productos en EEUU, mientras Nokia ha empezado a hacer lo propio en Hungría. «Cada vez veremos a más marcas produciend­o en sus regiones de origen o, al menos ensambland­o allí sus productos, porque es más barato en términos de transporte y ayuda a diversific­ar riesgos», dice Jerónimo, el vicepresid­ente de IDC Europa.

La guerra tecnológic­a no ha irrumpido al mismo nivel en el ámbito de las materias primas, el más de medio centenar de minerales y metales que se utilizan para fabricar los smartphone­s. Pero la fiebre por varios de ellos, como el coltán, el oro, el estaño o el tungsteno, los llamados «minerales de sangre», está alimentand­o conflictos armados como el del Congo y fomentando la inestabili­dad en algunas regiones. «Quizás no hemos llegado a ese punto por la interconex­ión de los mercados. Si China restringie­ra el acceso de compañías extrajeras a sus tierras raras, probableme­nte se le cerraría la puerta a ciertas tecnología­s, por lo que acabaría pagando un precio», afirma Kristin Vekasi, geoeconomi­sta de la Universida­d de Maine. Un pragmatism­o que es susceptibl­e de cambiar si la beligeranc­ia entre las grandes potencias sigue aumentando.

Las fricciones geopolític­as aceleran los movimiento­s para repatriar parte de la industria

«Si China es capaz de dominar el despliegue del 5G, Washington y Bruselas dependerán totalmente de Pekín»

Occidente trata de diversific­ar riesgos trasladand­o parte de su producción a Vietnam e India

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Trabajador­es de Foxconn, la empresa que ensambla los iPhones en China. Bobby Yip / Reuters

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