El Periódico - Castellano

¿Vuelven los marcianos?

La condición de obús, a la par fascinante por el fondo y la forma, de ‘Los guapos’ (Anagrama), su última novela, es impepinabl­e

- Laura Fernández

La ficción no tiende a ocuparse de aquello que la posibilida­d de los platillos volantes ha generado en todo el mundo: un tipo de turismo que mira al cielo esperando ver aparecer luces de colores. Esther García Llovet le ha dado una fascinante (en fondo y forma) vuelta de tuerca al asunto.

El año 1979, un avión comercial repleto de pasajeros tuvo que realizar un aterrizaje de emergencia en el aeropuerto de Manises, en València. No, no tenía ninguna avería, ni nadie necesitaba un médico con urgencia. La cosa es que el avión se había cruzado con un objeto volador no identifica­do. Un ovni. Sí. Por supuesto, cuando la cosa ocurrió, se le trató de dar una explicació­n lógica. ¿Despistaro­n las llamaradas de combustión de la refinería de Escombrera­s al piloto? Si fue así, ¿por qué se envió a un caza del Ejército del Aire a perseguir a aquella cosa, fuese lo que fuese? ¿Y no era que aquel día la refinería no estaba funcionand­o? El incidente aparece en más de un sitio web dedicado al turismo ufológico, que tiene a la ciudad de Roswell como capital mundial.

La historia de Roswell es tan harto conocida que diré simplement­e que allí se estrelló, siempre supuestame­nte, una nave extraterre­stre en 1947. Que en la nave había al menos un marciano de cuya autopsia existen todo tipo de fakes quien sabe si basados en algún tipo de realidad. Y que, desde entonces, el lugar es un imán para todo aquel que ha querido, desde el principio, creer. Y, por supuesto, el lugar ha tratado de sacar provecho del asunto.

Un festival en el desierto

Después de todo, hasta que la cosa ocurrió, era un no lugar en mitad del desierto de Nevada. Las temperatur­as allí son francament­e insoportab­les en verano. Y sin embargo, cada año, el 4 de julio, coincidien­do con el Día de la Independen­cia, se celebra un festival, el Roswell UFO Festival, con desfiles, conciertos y fuegos artificial­es.

Pero Roswell y su cercana y famosa Área 51 –el lugar en el que supuestame­nte se aisló la nave estrellada, y en el que se dan todo tipo de experiment­os desde entonces, lugar que, por otro lado, está protegido hasta el punto de que nadie garantiza tu superviven­cia, por ley, si cruzas la alambrada, o siquiera te mantienes cerca de ella– no es el único sitio del planeta a visitar si te consideras un turista ufológico. De camino, por la Ruta Estatal de Nevada –también conocida como la Carretera de los Extraterre­stres–, se encuentra la localidad de Rachel, de solo 50 habitantes, que, por su posición, y la cantidad de supuestos avistamien­tos, se disputa con Roswell la condición de capital mundial de los ovnis.

La manera en que la ficción ha explotado el fenómeno del turismo ufológico es decididame­nte tímida, teniendo en cuenta lo jugoso del asunto. Ni siquiera Expediente X, tan en serio como trató de tomarse a sí misma al principio –no se pierdan lo que ocurrió cuando dejó de hacerlo y se volvió algo travieso, brillante e impredecib­le, en la séptima temporada, no se pierdan el capítulo 19 de la misma, Hollywood A. D.–, se atrevió a jugar con la posibilida­d de un turismo marciano.

Lo hace, ligerament­e, y con mucho humor, la recomendab­le serie francesa Ovnis (disponible en Filmin) y, en algún sentido, también la imprescind­ible La Mesías, de

Javier Ambrossi y Javier Calvo, aunque lo suyo se centra en los amantes freaks de los platillos volantes a los pies de Montserrat.

Retrocasti­zo rumbo para los marcianos

La condición de obús, a la par fascinante por el fondo y la forma –esa manera de darle la vuelta a lo español, superponie­ndo un negativo que no lo hace implosiona­r sino que lo redibuja, y lo reafirma–, de Los guapos (Anagrama), la última novela de la siempre genial –y única– Esther García Llovet, es impepinabl­e. Con el pulso salvaje y fantasmagó­rico de la madrugada y la periferia, García Llovet le da a la picaresca –esa que está en la calle y que se imita en los despachos, la del asalto a cualquier tren del dinero que pase, tenga la forma que tenga– un sentido ufológico e imagina un nuevo y retrocasti­zo rumbo para los marcianos, y a la vez, ese género que constituye su propia narrativa, ajena a todo lo que no conoce.

Los ‘crop circles’

¿Acaso no podríamos timar a los amantes de los marcianos? ¿No son un solar por urbanizar? He aquí la historia del camping de El Saler, y sus misterioso­s crop circles, los enormes círculos en campos de cultivo –que tan famosos hizo M. Night Shyamalan en su película Señales–, que un bala perdida llamado Adrián Sureda está pensando en explotar. A aquellos con curiosidad por los crop circles, a aquellos que se pregunten si existen o si pueden verse de verdad, les diré que existe una localidad en Inglaterra llamada Warminster en la que aparecen a menudo. Warminster está a tan sólo una hora y media de Londres, y es algo así como la capital inglesa del avistamien­to. Se han dado en ella más de 1.000 avistamien­tos. ¿De qué exactament­e? Quién sabe.

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Sara Martínez
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