El Periódico - Castellano

La caja de resonancia

El aumento de hasta el 260% del precio de los visados de los artistas para actuar en el país complica el panorama global de la música en directo y lanza un excéntrico mensaje de proteccion­ismo y aislamient­o.

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¿Por qué el Departamen­to de Seguridad Nacional estadounid­ense quiere ahora proteger a sus ciudadanos del tal vez maléfico influjo de los artistas venidos del exterior? Por lo pronto, ahí está ese anuncio según el cual, a partir del 1 de abril, los músicos se lo tendrán que pensar dos veces antes de pretender ofrecer un concierto en el primer mercado del mundo.

No es ninguna broma: los visados ordinarios de los músicos y sus equipos escalarán de los 425 euros actuales hasta los 1.528. Un 260%, más del triple. La razón argüida tiene que ver con la necesidad de financiar la contrataci­ón de personal para gestionar el atasco de solicitude­s de las visas tras la pandemia y para sufragar programas de asilo. Es decir, que se practicará el sablazo a los artistas extranjero­s para subsanar la incapacida­d del sistema estadounid­ense para resolver sus dinámicas burocrátic­as. Se trata, en fin, de reforzar ingresos en tiempos de inestabili­dad. artistas. Lo suyo es de traca, porque al lío postBrexit, que les ha hecho más lento y caro el proceso burocrátic­o para moverse por Europa, ahora ven cómo al otro lado del Atlántico, sus parientes yanquis también les ponen trabas. Otros damnificad­os están en los países vecinos, Canadá y México, porque prácticas tan corrientes como cruzar la frontera para ofrecer un bolo en las cercanas Buffalo o San Diego se harán prohibitiv­as.

La cuestión es que EEUU ha movido pieza cargándose el principio de reciprocid­ad, porque sus artistas sí pueden girar por Europa sin visado. ¿Procede ahora endurecer todas fronteras como respuesta? Suena a disparate contrario al signo de los tiempos y, al fin y al cabo, todos salen perdiendo. También el público estadounid­ense. Pero, a estas alturas, ya sabemos que, cuando conviene, conceptos como libre mercado y globalizac­ión hay que saberlos tomar sin renunciar al sentido del humor.

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