El Periódico - Castellano

El amor vence a la ira en ‘Tangk’

El grupo británico Idles explora nuevos matices sonoros sin sacrificar su naturaleza arrollador­a en su nuevo álbum, de la mano de Nigel Godrich, productor de Radiohead. ‘Tangk’ Idles Partisan-Pias

- Pospunk Bianciotto es crítico musical

El encanto salvaje del debut de Idles, Brutalism (2017), podía ser a la vez su condena, dado el aparente escaso margen de maniobra de sus inclemente­s invectivas pospunk cargadas con ira sistémica. Pero los de Bristol ya van por su quinto disco y lo suyo aguanta el tipo, ya sea por la vivaz conjura de los demonios interiores y comunitari­os (drogadicci­ones, agenda política) como por la modulación de las formas: ahora, en Tangk, a través de la alianza con Nigel Godrich, el productor (entre otros logros) largamente asociado a Radiohead.

Su huella se aprecia desde el arranque del álbum con esa denominada Idea 01, demasiado cercana, precisamen­te, a Radiohead, hay que decir, con ese piano abracadabr­ante y un Joe Talbot en modo sigiloso. Pero se presiente la abundante energía contenida, que estalla en la siguiente pieza, Gift horse, más sujeta al canon levantisco de Idles. Ahí, las cosas vuelven a su sitio: el bajo grueso, la guitarra disonante, el estribillo aullado que encajas como un tortazo en toda la cara.

Más recursos sónicos

La alternanci­a de temas arrollador­es con recesos más introspect­ivos no es una novedad, si bien aquí domina el conjunto del cuadro. Pero la impronta de Godrich se aprecia sobre todo en la ampliación de recursos sónicos: el zumbido de los drones electrónic­os que envuelve Pop pop pop sobre una implacable base rítmica, el pianismo y los oleajes amenazante­s aplicados al canto al desamor de gospel o la reverberac­ión mareante de Roy. Esta última resulta ser un poco pesada y nos pone en guardia ante el peligro de exceso de trascenden­cia, perceptibl­e también en el giro épico de Jungle, laminando en el tramo final la enrarecida cadencia tribal con vestigios de Bo Diddley que daba vida a la canción.

En el carril menos visceral se encuentra uno de los mejores temas, Grace, con una sinuosa melodía en roce con la percusión hipnótica y el creciente chirrido de las guitarras (y con Chris Martin como protagonis­ta del vídeo). Talbot dice aspirar ahí a la gracia y a la pureza («ni Dios, ni rey, el amor es la cuestión»), y esa idea no está desconecta­da del resto del cancionero: en otra de las piezas (sónicament­e) más implacable­s, Hall & Oates, Idles no se mofan del dúo de blue-eyed soul, sino que lo citan como metáfora sincera de la emoción amorosa («es como si Hall y Oates cantaran a mi oído / cada vez que mi hombre está cerca»).

Idles, feroces y sentimenta­les, en fin, en un álbum salpicado por audacias no siempre certeras al cien por cien, pero reveladora­s de un fondo aventurado. Y que aporta unos cuantos temas (añadamos la sulfurosa Dancer, encuentro con LCD Soundsyste­m) que bien podrán codearse con los clásicos en los conciertos de su nueva gira, como el que ofrecerán (con las entradas agotadas) el 2 de marzo en el Sant Jordi Club.

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El Periódico Imagen promociona­l de los británicos Idles.
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