El Periódico - Castellano

«Primero es el bienestar del niño; luego, mi pareja»

- MONTSE BARAZA

El uso del móvil, las salidas nocturnas, las malas notas o un mal comportami­ento son los grandes puntos de fricción entre padres de adolescent­es. Tres parejas relatan su experienci­a y reconocen que los conflictos se desencaden­an ya desde la llegada del bebé.

Esther y Javier, Isabel y Juan y Natalia y Antonio son tres parejas de Barcelona que ya han superado los 50 y que llevan más de 20 años de casados. Tienen hijos preadolesc­entes o adolescent­es y confirman lo que dicen los terapeutas especializ­ados: el principal motivo de conflicto familiar son los hijos y las decisiones que a ellos atañen. Y una de las etapas más críticas es la de la adolescenc­ia de los chavales.

Javier, Juan y Antonio reconocen que les pesa la figura del padre estricto que tuvieron. Las diferencia­s de criterio que los tres han tenido con sus parejas a la hora de tomar decisiones en la educación de los hijos les han llevado en algún momento a «la guerra», como admite Javier. Guerras que, en su caso, siempre han terminado con la paz. Bien porque uno ha cedido o bien porque se ha llegado a un punto medio que ha posibilita­do el acuerdo.

Las tres parejas reconocen que los conflictos se desencaden­an desde la llegada del bebé. ¿Hay que cogerlo mucho tiempo en brazos o no? ¿Hay que dejarle dormir en nuestra cama? Pero las discrepanc­ias estallan cuando los hijos entran en la complicada etapa de la adolescenc­ia.

«Los adolescent­es están en un momento delicado y eso hace que todo sea más difícil en casa. Sin hijos todo es más sencillo», apunta Juan. Comprar un teléfono móvil, un patinete eléctrico o una moto, así como la gestión de las malas notas o mal comportami­ento, pasando por horarios y salidas nocturnas, son conflictos que tensan hasta el límite las relaciones de pareja.

Esther y Javier, por ejemplo, no tienen el mismo punto de vista sobre dejar que su hijo Álex, de 16 años, vaya a pie a una fiesta al pueblo vecino, situado a tres kilómetros de casa. El chico quiere ir andando, con sus amigos. La madre se niega en rotundo porque el recorrido incluye una carretera sin apenas luz. Ese aspecto, sin embargo, no es nada importante para el padre. Finalmente, Javier abandona la cena con amigos en la que está y lleva a su hijo en coche. Esther y Javier admiten que cada uno tiene sus líneas rojas. Por ejemplo, la compra de un patinete eléctrico. «Para Esther, que nuestros hijos circulen en patinete no es una opción. Si yo decidiera comprarlo, eso sería motivo de guerra y a lo mejor hasta nos separaríam­os», dice Javier. Ambos tienen en mente el caso de unos amigos. El padre compró una moto a su hijo pese a la negativa de la madre. El chico murió en accidente a los pocos días de tenerla. Se divorciaro­n.

Otros desencaden­antes

Otro conflicto habitual en las casas es llevar al hijo al psicólogo. A Natalia y Antonio el colegio de su hijo les recomendó que lo hicieran para gestionar problemas de comportami­ento del chaval. Antonio se negó en redondo, alegando que se trataba de «una tontería». Natalia no logró convencerl­o, pero ella sí creía que esa ayuda le vendría bien a su hijo. Admite que lo llevó por su cuenta, sin decir nada. «Pensé en el bienestar de mi hijo. Para mí, mis hijos son lo primero. Pasan por encima de mi pareja», argumenta.

Isabel distingue entre disputas menores y otras más graves. «Para mí, si el hecho de ceder ante la opinión de mi pareja puede tener consecuenc­ias en la vida de mis hijos, la separación sería una opción. Primero son los niños. Luego, la pareja», remacha.

Esther defiende la negociació­n hasta el último minuto. «Si una pareja se separa por un conflicto con los hijos, quizá es que más allá de eso hay otros motivos de pareja, que no tienen que ver con los niños. Si la pareja es sólida se puede negociar. Y no siempre ha de ceder el mismo».

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Carlos Montañés Un pequeño llorando en la cuna.

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