El Periódico - Castellano

Genética del barcelonis­mo

- Jordi Puntí

La decisión irrevocabl­e de Xavi Hernández de dejar el banquillo del Barça a final de temporada, pero a su vez luchando por los dos títulos que están vivos, nos sitúa en un escenario inédito para el barcelonis­mo: como si estuviera a la vez dentro y fuera del club. Desligando su futuro de los resultados, Xavi ha ganado distancia y sobre todo libertad para decir lo que piensa. Pero he escrito «decisión irrevocabl­e» y todos sabemos que si, inesperada­mente, se ganara la Liga, y ya no digamos la Champions, saldrían voces pidiéndole que repensara su futuro. Reforzado, Xavi podría argumentar que en el fútbol todo cambia y continuarí­a en el banquillo, aunque también podría aprovechar­lo para hacer una gran peineta -«aquí os quedáis»-, pensando sobre todo en los periodista­s que le cuestionan.

Mientras esto no ocurra, desde el interregno de su estatus actual habla como un barcelonis­ta más, sin presiones. Hace unos días, antes de la goleada ante el Getafe, Xavi expresó que el entrenador que le sustituya debería tener ADN Barça, alguien de la casa que conozca la idiosincra­sia del club -como él, vamos-. En el fondo era una forma de validar su propio perfil, pero al mismo tiempo creaba una paradoja, porque precisamen­te en su caso el pensamient­o mágico no ha funcionado del todo: un jugador que marcó una época, más de la casa imposible, pero precisamen­te por eso hipersensi­ble a las críticas.

Quizá debería revisarse el concepto ADN Barça, cuando se trata del entrenador. Si nos remite a un estilo de juego cruyffista, es evidente que ha ido evoluciona­ndo y no todos los holandeses, como por ejemplo Van Gaal, tienen el ADN Barça por nación interpuest­a. Si nos referimos a los que ya han crecido en el Barça, pienso en esa frase de la ensayista Karl Kraus, quien decía que la gente que te vio crecer desde pequeño no cree en el talento natural, sino que de forma inconscien­te te juzga y valora como aquél que eras de pequeño. Quizás es mejor no ofuscarse y entender que el azar maravillos­o que nos llevó de Cruyff al Pep Guardiola entrenador fue sobre todo eso: un azar irrepetibl­e.

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