El Periódico - Castellano

Cogidos de la mano en la última noche

Las hermanas de Salvador recuerdan cómo pasaron la última noche con él antes de su ejecución. Cada 2 de marzo tienen como «ritual» juntarse ante su nicho en Montjuic.

- S. G.

«¿Tú sabes qué es el garrote vil?». La pregunta cargada de sorna de un funcionari­o de La Modelo, grabada a fuego en su memoria, hizo que la rabia recorriera su espina dorsal. Hasta tal punto que de su boca no pudo evitar un «hijo de puta» que hoy, 50 años después, Carme repite frunciendo el ceño y apretándos­e los nudillos de las manos. En el cuarto de paquetería de la prisión se instalaba la diabólica máquina con la que el régimen había decidido que sería ejecutado su hermano Salvador.

Era la noche del 1 al 2 de marzo de 1974. La última que las tres hermanas pasaron junto al joven antifranqu­ista y anarquista del Movimiento Ibérico de Liberación (MIL), condenado a muerte por un consejo de guerra. En plena cuenta atrás desde el momento en el que el abogado Oriol Arau las llamó para informarla­s de que el Consejo de Ministros había emitido el «enterado», esperaban que llegara un indulto que nunca fue.

Imma, Montse y Carme, que entonces tenían 27, 22 y 19 años, tienen esculpidas en sus vidas esas angustiosa­s y dolorosas 11 horas en la celda 443. Merçona, la menor, de 12, no acudió por petición expresa de Salva, que no llegó a cumplir los 26. Y el hermano mayor, Quim, vivía en EEUU. «Al principio intentábam­os estar todos bien. Nosotras por él y él por nosotras. Pero llegó una hora, a las cuatro o a las cinco, en que ya no había fuerzas, no había solución», relata Imma. «Nos cogimos de las manos y vino un silencio. Un silencio largo», completa Carme mientras Montse asiente.

Agarrados los cuatro formaron un círculo, ya sin decirse apenas nada. Fue el momento en que tomaron conciencia de que «se había acabado» la esperanza, el preludio de lo que, aseguran, les había «tocado». Y las obligaron a irse. Antonio López Sierra, el verdugo, estaba listo junto a los militares franquista­s vestidos de gala.

Cada 2 de marzo tienen como «ritual» juntarse ante el nicho 2737 del cementerio de Montjuic e ir después a comer para gestionar ese torrente de emociones y recuerdos que las desborda. Defender la memoria de su hermano y que tenga el juicio con garantías que nunca tuvo se ha convertido para ellas en una manera de vivir no escogida.

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