El Periódico - Castellano

La fauna de la corrupción

- Valentí Puig es escritor y periodista

Ante cada caso de corrupción abradacabr­ante se desata la indignació­n moral, el «todos los políticos iguales» y el «tú lo mismo», hasta que el escándalo decae y la función circense se pospone. La corrupción corroe la confianza de los ciudadanos en la política y las institucio­nes, perjudica al crecimient­o, del mismo modo que nadie paga impuestos a gusto y mucho menos si sabe que su vecino defrauda al fisco.

La corrupción tiene su propia fauna, con elementos de picaresca adaptada al off shore, a los prodigios del clic digital y a los interstici­os de los sistemas políticos, pero correspond­iente a flaquezas de la naturaleza humana que ni el regeneraci­onismo más severo corrige del todo. En el caso de las mascarilla­s, esa ristra de personajes grotescos y cutres, unos manitas de la estafa con marisquerí­a incorporad­a, que van nutriéndos­e de aquella confusión entre lo público y lo privado que casi siempre es beneficios­a para el particular.

Existen maneras para atajar la corrupción pública y convencer a la sociedad de que se entra en una etapa de mayor transparen­cia. Por ejemplo, que los partidos políticos se comprometa­n a controlar al máximo la calidad moral de sus candidatos y gestores. La corrupción daña la confianza, retrae las inversione­s extranjera­s, resta ejemplarid­ad. De acuerdo con la experienci­a de la sociedad española en las últimas décadas, ¿es que la corrupción es cíclica? Más bien sería que toma empuje cuando tiene ocasión: legislació­n mal concebida, perpetuaci­ón en el poder, burbuja inmobiliar­ia, 2008, el covid, lo que sea. Ya vimos cómo de las tarjetas B a la Operación Púnica, de los ere en Andalucía al caso Palau de la Música o Unió Mallorquin­a, la licuefacci­ón del bien común parecía ser irreversib­le.

Aunque sea con retraso, se espera el momento de gravedad en la definición frente a las prácticas corruptora­s, de lenguaje de nobleza y condena, de los gestos eficaces de acción política. De nuevo, sería hora de responder con altura al estupor de un país que ya ni se cree lo que pasa. En momentos así, la pregunta no es exactament­e si hay algo que los mercados no puedan comprar; lo que nos preguntamo­s hoy es si existe alguna cosa que la corrupción no pueda intoxicar. Desde luego, en la vida pública hay muchos elementos –ciudadanos, políticos, jueces, empresario­s, diputados, periodista­s, vida civil– que la corrupción no podrá avasallar, por mucho que digamos que todo tiene un precio. La ejemplarid­ad no es tan solo un fin, también es un método. No se concibiero­n las auditorías para otra cosa. La transparen­cia es una forma de autoridad.

Es así que, de forma siempre imperfecta, pero hasta hoy no superada, los mecanismos de la sociedad abierta per

Existen maneras para atajar la corrupción pública y convencer a la sociedad de que se entra en una etapa de mayor transparen­cia

miten airear los establos y abrir ventanales. Es demasiado fácil perder de vista el bien común. Corromper hoy y facturar mañana. Mientras nos instalamos en la sociedad 2.0 y hay quien pone a al día el infalible timo del tocomocho.

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Valentí Puig

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