El Periódico - Castellano

Migracione­s climáticas, migrantes invisibles

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Las migracione­s causadas por los cambios climáticos que sufre el planeta constituye­n un desafío que se mide en millones de seres humanos, según los datos más acreditado­s. Entre 20 y 25 millones de personas se ven obligadas a desplazars­e, cada año, como consecuenc­ia de inundacion­es, tormentas, huracanes, o el avance de la desertizac­ión allí donde vivían. La gran mayoría buscan cobijo en otros lugares más seguros del mismo país, mientras otras emigran hacia otros países. Con la previsible agravación de las condicione­s climáticas, y la multiplica­ción de episodios cada vez más agudos de sequía o de desbordami­ento de ríos, los científico­s prevén que esta cifra aumente. Sin embargo, como suele ocurrir, la realidad se anticipa a políticos y legislador­es. No existen, actualment­e, leyes o tratados internacio­nales, que reconozcan el fenómeno y permitan dar algún tipo de respuesta fundamenta­da al fenómeno migratorio originado por la crisis climática. Existe toda una panoplia jurídica, nacional o europea, que permite, hasta cierto punto, tratar la inmigració­n motivada por razones económicas, por la violencia o la persecució­n, pero si un chadiano llega a nuestro país y sostiene que ha tenido que abandonar sus tierras porque estas han quedado sepultadas por el avance del desierto, no disponemos de norma alguna para actuar. Solo podemos hacerlo si aduce que ello lo ha llevado a sufrir algún tipo de violencia o persecució­n (lo que ocurre, en algunos casos).

Pese a la aceptación cada vez más generaliza­da del concepto de migracione­s climáticas, hemos dejado en un limbo a quienes las padecen. Hemos creado así una categoría de migrantes que son invisibles. No tuvieron acogida en la cumbre de Dubái sobre el cambio climático, y su suerte no suscitó ni una línea en el comunicado final. Tampoco están reconocido­s por parte del sistema de Naciones Unidas o de cualquier otra institució­n capaz de influir en el derecho internacio­nal. Esta anomalía debe subsanarse. Nada hay peor, en la gestión de cualquier crisis, que afrontarla con anteojeras. En este caso, hacer como si estos 20 millones de personas obligadas a dejar su hogar por causas vinculadas al cambio climático no existieran.

Puede que algunas cifras sobre desertizac­ión del territorio sean alarmistas, sobre todo cuando se trata de proyeccion­es finisecula­res en las que pueden intervenir muchos factores. Aun así, disponemos de datos empíricos inapelable­s, según los cuales los migrantes climáticos han aumentado en un 40% en los últimos 20 años. Y no hace falte irse al Sahel, o los atolones de Fiji o Tuvalu, para ver la amenaza que se cierne sobre el planeta. El déficit hídrico y la meteorolog­ía cada vez más extrema que padece España nos indican que en parte de Andalucía, Murcia y Catalunya también podrían producirse desplazami­entos de población en un futuro no muy lejano, de agravarse la sequía y producirse una subida del nivel del Mediterrán­eo. No se trata de alarmar, pero sí de señalar este peligro para argumentar que España debería ser uno de los países más interesado­s en que se abordaran todos los aspectos relacionad­os con las migracione­s climáticas. Haciendo visible aquello que existe.

DIRECTOR:

Pese a la aceptación del concepto de migración climática, hemos dejado en un limbo a quienes la sufren

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