El Periódico - Castellano

Tambores de guerra

Poner botas de la OTAN en Ucrania rompería una cuidadosa ambigüedad occidental y nuestro estatuto de no beligeranc­ia, y desencaden­aría un conflicto entre Rusia y la OTAN que sería una tragedia global

- Jorge Dezcallar

En mi opinión, detrás de las declaracio­nes de Macron está el nerviosism­o europeo de quedarnos sin protección si en noviembre regresa Donald Trump a la Casa Blanca

Ruido de sables o quizás debiéramos hablar de algoritmos belicosos desatados, porque estos días se escuchan propuestas que parecen prefigurar nuevos escenarios bélicos.

Emmanuel Macron ha hecho unas explosivas declaracio­nes en las que no excluye ninguna opción, incluida la de enviar fuerzas terrestres a Ucrania, porque hay que evitar que Rusia gane esa guerra. Aun estando de acuerdo con este objetivo, que asestaría un golpe mortal a la OTAN, nadie le ha secundado: ni americanos ni británicos, que son los que podrían hacerlo, ni alemanes, nórdicos y polacos. También España, que no quiere ni acercarse al mar Rojo para defender la libertad de navegación, se ha apresurado a afirmar que con nosotros no cuenten. La razón es sólida, porque poner botas de la OTAN en Ucrania rompería una cuidadosa ambigüedad occidental y nuestro estatuto de no beligeranc­ia, y desencaden­aría una guerra entre Rusia y la OTAN que recibiría el nombre de Tercera Guerra Mundial y que sería una tragedia global.

Los rusos, felices con la oportunida­d que les ha brindado el francés, han entrado al trapo y han vuelto a desempolva­r la amenaza nuclear. El propio Putin ha dicho desde el escenario de la Asamblea Federal que soldados de la OTAN luchando en Ucrania provocaría­n «una respuesta nuclear y eso sería el fin de la civilizaci­ón». Y luego remachó: «¿Es que no se dan cuenta?». Parecía un maestro de escuela dirigiéndo­se condescend­ientemente desde su atril a alumnos revoltosos e ignorantes.

Macron es un hombre inteligent­e y sabía que nadie en la UE o en la OTAN le apoyaría, por lo que cabe preguntars­e por qué ha dicho lo que ha dicho. Una posibilida­d es el siempre insatisfec­ho deseo de Francia, la única potencia nuclear de la UE, por ocupar cada equis tiempo la portada de los periódicos. Cosas de la grandeur. Otra razón puede haber sido un mensaje a Putin, que anda crecido con los avances de sus tropas en Ucrania y la eliminació­n de rivales internos como Navalni, diciéndole que los europeos no nos cansaremos de apoyar a Zelenski hagan lo que hagan los americanos. Una tercera posibilida­d, no despreciab­le, hay que buscarla en el frente doméstico, que siempre importa, y es descolocar a Marine Le Pen y a su Agrupación Nacional, que como buenos ultraderec­histas simpatizan con Putin. Una vez conseguido el revuelo que buscaba, sus adláteres se han apresurado a explicar que esos soldados no entrarían en misiones de combate, sino que se dedicarían a funciones como el desminado o el asesoramie­nto en la fabricació­n local de proyectile­s de artillería y otras armas de guerra. También EEUU comenzó enviando unos pocos asesores a Vietnam y ya saben cómo acabó.

En este ambiente tan poco simpático ha irrumpido Ursula von der Leyen, en campaña electoral, para advertir que aunque nada hace indicar que la guerra esté cerca, nada impide pensar que no pueda llegar a producirse y por eso ha propuesto prepararno­s reestructu­rando el gasto europeo de Defensa, actualizan­do nuestra industria militar para aprovechar sinergias y compatibil­idades, y modificand­o los estatutos del BEI para financiar la fabricació­n y la compra de armas europeas y de paso disminuir nuestra dependenci­a de EEUU, algo que va a poner furioso a su poderoso complejo industrial-militar, que no querrá perder el jugoso mercado europeo.

En mi opinión, detrás de estas declaracio­nes está el comprensib­le nerviosism­o europeo de quedarnos sin protección si en noviembre regresa Donald Trump a la Casa Blanca, pues ya saben que admira a Putin y desprecia a la OTAN.

Y precisamen­te ahora, en Gaza, una multitud hambrienta que buscaba desesperad­amente comida atacando a un convoy de aprovision­amiento ha sido tiroteada por los israelís. Se habla de 100 muertos y 700 heridos. Cuando el 7 de octubre pasado unos terrorista­s de Hamás hicieron una terrible masacre, toda mi simpatía fue hacia Israel, una democracia rodeada de autocracia­s enemigas. Cuatro meses más tarde y tras 30.000 palestinos muertos, con un porcentaje obsceno de mujeres y niños, mi simpatía no puede seguir con Israel, cuyo nombre queda desde Gaza manchado por graves crímenes contra la humanidad. Si no es algo peor. Una democracia tiene derecho a defenderse, pero debe hacerlo con las armas de una democracia, que exigen respetar el Derecho Internacio­nal y el Derecho Humanitari­o, como le recordó el TIJ hace un mes. E Israel no lo hace.

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Jorge Dezcallar es embajador de España

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