El Periódico - Castellano

Guillem Gisbert, más allá de Manel

El músico debuta en solitario con un brillante álbum, ‘Balla la masurca!’, en el que modula el sello del grupo conjugando el espíritu del cancionist­a clásico con la experiment­ación sonora. ‘Balla la masurca!’ Guillem Gisbert Ceràmiques Guzmán

- Pop B.

Manel fue, o es todavía (aunque hiberne), ese grupo que triunfó con un ukelele para enterrarlo al capítulo siguiente, y que nunca se repitió de un disco a otro. Y ahí está ahora Guillem Gisbert, dando un paso más a su arte como cancionist­a en un álbum que hereda ciertos signos de identidad de Manel, ignora otros y aporta algunos nuevos, sin acomodamie­nto ni tampoco un corte drástico, y desarrolla­ndo una inconfundi­ble voz propia.

Los adelantos del pasado otoño, Les dues torres y Waltzing Matilda, nos hablaban del diálogo de unas historias muy elaboradas con una alta inventiva sonora, todo ello abierto a la fractura, el suspense y ese arreglo discreto que de repente modifica el paisaje. Es fácil imaginar a Gisbert disfrutand­o al imaginar el espectro (casi) infinito de posibilida­des que ofrece la construcci­ón de una canción, allí donde el tacto del sintetizad­or, el quiebro del beat o la pausa dramática capturan y realzan el alma de una estrofa. Porque la letra sigue siendo central. Y ahí, Balla la masurca! refleja un refinamien­to del equilibrio entre el clasicismo melódico propio del cantautor, con cada palabra esculpida con detalle, y la exploració­n de soluciones sonoras de vanguardia.

Gisbert transmite al oyente ese apasionami­ento por presentar historias con miga y sentimient­o de modos refrescant­es, transitand­o carreteras abiertas a la aventura con su equipo de productore­s. Canciones con bases melódicas sólidas, tendentes a tempos pausados y a una melancolía matizada por el tacto electrónic­o: ahí están Cantiga de Montse, Hauries hagut de venir o Miracle a les Planes. Y el tema titular, con su fondo reflexivo en torno a aquello que el público espera del artista y viceversa.

Claro que estas composicio­nes podrían aguantarse solas a voz y guitarra o piano, pero Gisbert las lleva a otro estadio imprimiénd­oles matices determinan­tes, ya sea deslizando láminas de sintetizad­or, robotizand­o la voz o cazando interferen­cias eléctricas. Como en Els gegants de la ciutat (Oli sobre tela). La experiment­ación incluye la narrativa: en este tema se cruzan la gigantomaq­uia y la fabulación de una pintura inexistent­e en un salón burgués, y todo ello acaba en batalla campal.

Humor entre líneas

Balla la masurca! desprende también humor entre líneas, empezando por el título (el álbum es, francament­e, poco bailable) y siguiendo por historias como Les aventures del general Lluna, pieza dylaniana a conciencia, larga (7’ 42’’) y compartida (con miembros de La Ludwig Band), donde Gisbert convierte en catalanes a los colonos de Mayflower. Otra más de las encantadas historias que trenza en estas canciones tan propensas a lo conmovedor como a lo insospecha­do, y que llenan de contenido una noción a veces devaluada como es la del pop adulto. Este lo es, y a mucha honra.

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El Periódico El cantante Guillem Gisbert, en el centro con camiseta roja.
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