Louis Vuitton y su idilio con Barcelona
La marca de lujo ha elegido la capital catalana para su primer desfile en España. Será el 23 de mayo, como aperitivo a la Louis Vuitton 37ª America’s Cup. El idilio de la ‘maison’ con la ciudad viene de lejos, la familia participó en la Exposición de 192
Se dice que, tras el hundimiento del Titanic, el equipaje de la casa francesa flotó en el mar durante días
Louis Vuitton ha elegido Barcelona para su primer desfile en España. Será el 23 de mayo, como aperitivo a la Louis Vuitton 37ª America’s Cup, que tendrá lugar entre agosto y octubre. No es ninguna casualidad este encuentro con la ciudad, pues el idilio de la maison con la capital catalana viene de lejos. Una de las marcas con más solera y más refinadas del mundo sucumbió al encanto de esta ciudad hace ya casi un siglo. «Barcelona es, ante todo, la encarnación del viaje. Una ciudad decididamente mediterránea, al tiempo que joven, abierta y multicultural», cuentan desde la marca conocida por sus baúles y bolsos de viaje marrones y ese monograma LV en tono miel.
Ya a principios del siglo XX, Georges Vuitton, el hijo del fundador, Louis Vuitton, se entusiasmó con la obra de Antoni Gaudí, el gran arquitecto modernista, y participó en la gran Exposición Internacional de 1929, que conjugaba industria, arte e innovación. No solo fue miembro del jurado, sino que recibió un premio por sus neceseres de tocador. Y fue también en Barcelona donde la casa abrió su primera tienda en España, en 1987 (hoy cuenta con dos establecimientos, en el paseo de Gràcia y en El Corte Inglés de la Diagonal). Además, opera en seis talleres repartidos por Catalunya que emplean a más de 1.800 personas.
La segunda marca de lujo y premium más valiosa del mundo en la actualidad –por detrás de la alemana Porsche–, cuyo valor supera los 25 mil millones de euros, pertenece al congromerado LVMH (Louis Vuitton Moet Hennessy), del todopoderoso Bernard Arnault, al igual que otras firmas como Dior, Bulgari, Sephora o las bodegas Dom Pérignon. Sin embargo, sus comienzos nada tuvieron que ver con la riqueza ni los viajes trasatlánticos.
Uno de los viajes más increíbles del lujo moderno comenzó a pie, en 1835. A los 14 años, Louis Vuitton, único hijo de una familia de molineros y carpinteros del pueblo de Anchay, en las remotas montañas francesas de Jura, cerca de la frontera suiza, decidió que si quería prosperar debía dejar su hogar. En su periplo de 400 kilómetros hasta París, aprendió varios oficios y perfeccionó el arte de trabajar la madera, en especial la haya y el álamo.
El «arte de viajar»
En 1837, ya en la capital, comenzó a trabajar para el señor Maréchal, un maestro artesano que hacía baúles, un accesorio que comenzaba a ser muy demandado (ese mismo año se inauguraba la primera línea de ferrocarril francesa, y solo un año después, un barco de vapor cruzaba por primera vez el Atlántico). El oficio se le daba de maravilla, y abrió su propio taller, en 1854, cerca de la plaza Vendôme. La fortuna llamó a su puerta, además, cuando la emperatriz Eugenia de Montijo, esposa de Napoleón III, le designó como su favorito. Gracias a ella comenzó a recibir encargos de toda la aristocracia y burguesía parisina, cuyo nuevo afán era viajar y conocer mundo.
Entonces, los baúles se fabricaban a medida, según los deseos de cada cliente. A lo que Vuitton añadió varias innovaciones que no solo cambiaron la manera de fabricar, sino la propia forma de viajar. En 1858 presentó su nuevo producto, ideal para el nuevo «arte de viajar». Tenía una estructura de madera de álamo con tapa lisa (para transportarse y almacenarse más cómodamente). También cambió la gruesa piel exterior por una lona gris más resistente (Trianon), impermeable al agua y los olores. En el exterior, esquinas metálicas, asas, anaqueles y listones de madera de haya. Y dentro, bandejas y compartimentos, para que todos los elegantes complementos de vestir se transportaran con sumo cuidado. Había nacido el baúl Vuitton, y con él, el viaje moderno.
El éxito también se tradujo en docenas de copias del modelo, que se trató de contrarrestar con una nueva lona a rayas rojas y beis. Hasta que en 1888, su hijo
George, ya a los mandos de la empresa, presentó un nuevo diseño más complejo: una lona con un distintivo en marrón y beige y una inscripción a intervalos regulares que decía L. Vuitton, marque déposée. Más de un siglo después, inspiraría la creación de la línea actual Damero.
Una única llave
Entre otros de sus inventos revolucionarios, el candado imposible de forzar, presentado en 1890 y pronto presente en todos los productos de viaje producidos por la compañía. Cada cliente tenía una clave personal que le permitía abrir todas sus maletas con una única llave. El sistema sigue siendo efectivo hoy día. Seis años después, nació el famoso Monogram, el primer logo de la marca, con las iniciales LV, en honor al chaval que llegó a pie a París desde su pueblo natal.
De su icónico catálogo, señalar el Wardrobe (1875), la caja más emblemática, que se abre verticalmente, con un perchero al lado y un set de cajones al otro (sus variantes actualizadas oscilan entre los 150.000 y 250.000 euros); y otros diseños en su día novedosos, como el baúl de cabina, suficientemente fino como para caber bajo una litera, o el Driver Bag (1905), compatible con los primeros automóviles, y el modelo Nacelle, ideal para el avión (hoy reconvertido en el diseño Horizon, como el que anunciaba Messi, imagen de la firma, al igual que el tenista Carlos Alcaraz). También, y desde 2010, LV diseña el cofre que guarda la Copa del Mundial de Fútbol, y el del Open de Australia.
A finales del siglo XIX, la marca abrió tiendas en Londres y en otras capitales de EEUU (actualmente cuenta con casi medio millar por todo el mundo), y sus maletas comenzaron a acompañar a la élite de Hollywood, familias poderosas como los Rockefeller y los Vanderbilt, y toda la realeza europea. Se dice que, tras el hundimiento del Titanic, el equipaje de la casa francesa flotó en el mar durante días.
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