El Periódico - Castellano

La novela de la mujer que inventa su destino

- GUSTAVO TATIS GUERRA

Hay en esta breve joya de la literatura universal, En agosto nos vemos, una visión renovada del amor en los hombros de una mujer, Ana Magdalena Bach, la protagonis­ta que tiene 46 años, 27 años de casada con un hombre «que amaba y que la amaba», y fue al altar sin culminar sus estudios de Artes y Letras, siendo virgen y sin tener novios anteriores. Madre de dos hijos: un joven de 22 años, primer cello de la orquesta sinfónica nacional, y Micaela, de 18 años, que deseaba ser monja de la orden de las Carmelitas Descalzas. Un aparente matrimonio donde todo parecía fluir, es lo que lleva a crear en el autor la singular paradoja de que «nada se parece más al infierno que un matrimonio feliz».

La protagonis­ta diseña su propio destino, su paraíso efímero, cada 16 de agosto, al llevar un ramo de gladiolos frescos a la tumba de su madre enterrada en un cementerio de una isla del Caribe descrita como un «pueblo indigente con casas de bahareque, techos de palma amarga y calles de arena ardiente frente a un mar en llamas».

Esta mujer es diametralm­ente opuesta al destino de las mujeres en las obras anteriores de GGM, que viven los límites opresivos y dramáticos de una sociedad machista y patriarcal. Ana Magdalena Bach –su nombre es evidenteme­nte un homenaje a la música universal– es una mujer culta, ilustrada, amante de la literatura y la música clásica, pero también del bolero.

Lo autobiográ­fico, presente

No se parece a Úrsula Iguarán, que maneja los hilos del orden y el destino de la estirpe, mientras los hombres cumplen el desvarío de pelear en la guerra, ir al burdel, seguir los pasos del circo o matarse por falta de amor. Tampoco se parece a Remedios la Bella, cuya soledad y santidad alejada de los hombres, provoca muertes y catástrofe­s en quienes la pretenden. Es el reverso del alma de Ángela Vicario, víctima de amar antes de ir al altar, en una sociedad atroz del siglo pasado en el Caribe, que lavaba con sangre el honor de la virginidad mancillada. No es Pilar Ternera y Petra Cotes, matronas del placer, a quienes jamás les importó el juicio de doble moral de una sociedad envilecida. No es Fermina Daza, entre dos amores, que esperó enviudar para cumplir los designios del corazón.

Lo autobiográ­fico está presente siempre en toda la creación y construcci­ón del carácter del personaje en GGM. La madre de Ana Magdalena era una reconocida maestra de primaria en el Montessori, al igual que la profesora Rosa Elena Fergusson, quien enseñó a leer y escribir al autor y lo inició en el encanto de la poesía al recitarle de memoria poemas del Siglo de Oro español, cuando era niño en Aracataca. De su madre que decide ser enterrada en ese lugar pobre, Ana Magdalena heredó además del brillo de sus ojos dorados, «la virtud de las pocas palabras y la inteligenc­ia para manejar el temple de su carácter» .

Esta mujer encarna el tránsito de la vieja y anacrónica visión del amor en una sociedad patriarcal y machista en la que hay mujeres sometidas y silenciada­s en el rezago latinoamer­icano, y nos revela el amor sin prejuicios de la mujer independie­nte, liberada y dueña de su destino en el siglo XXI.

En esta novela GGM descifra con clarividen­cia contemporá­nea las nuevas tensiones interiores del alma femenina, los cataclismo­s existencia­les y emocionale­s, en contraste paradójico con una aparente y feliz vida conyugal. El amor con su anverso y reverso, el amor más allá de la soledad y el laberinto del poder, el amor, la soledad y la muerte, tres grandes obsesiones en sus novelas y en sus cuentos María Dos Prazeres y Un rastro de tu sangre en la nieve. Y esta vez desde otra perspectiv­a narrativa, la soledad, el amor y la muerte en Agosto nos vemos.

Lo que aparece un azar es un lazo del destino. GGM elige un viernes 16 de agosto, mes de calores y aguaceros inesperado­s, mes de augurios y espantos, para iniciar la metamorfos­is emocional de Ana Magdalena, fecha elegida al azar, sin presentir que su musa esencial: Mercedes Barcha, una de las mujeres fundamenta­les de su vida y obra, luego de más de medio siglo de matrimonio, partiría el 15 de agosto de 2020. Es como si en un día de un agosto distante y diferente en el tiempo, trascurrir­ía la trama delirante otra historia de amor.

García Márquez decía en público y privado que él como todo escritor tenía tres vidas, una vida secreta, pública y privada, pero que en las tres gravitaban siempre como presencia ineludible, las mujeres. No solo en su vida, sino en su propia obra. Hasta 1937 vivió en la casa grande de sus abuelos en Aracataca, junto a su abuela Tranquilin­a Iguarán y el abuelo coronel Nicolás Márquez Mejía, y 11 mujeres más, entre tías y parientes, y tres indígenas wayuu que vivían en el traspatio de la casa, que es lo único que se conserva intacto en su casa natal.

De esa infancia no solo proviene Cien años de soledad, su novela clásica, sino toda su escritura, en la que desde niño las mujeres de la casa y el pueblo fueron personajes de carne y hueso para sus cuentos y novelas. «Creo que la esencia de mi modo de ser y de pensar se la debo en realidad a las mujeres de la familia y a las muchas de la servidumbr­e que pastorearo­n mi infancia» confiesa en sus memorias Vivir para contarla.

El alma de las mujeres

GGM conoció y descifró el alma de las mujeres, no solo la de su esposa Mercedes, sino la de mujeres de todos los tiempos: conoció la desolación y la esperanza de las muchachita­s que se acostaban por hambre en el viejo burdel de Barranquil­la, en el edificio El Rascacielo­s donde convivió y compartió con prostituta­s, en el Niño de Oro de Cartagena y las mujeres del mundo con otro poder más allá del oro.

La novela tiene la sutileza de un embrujo adictivo al ritmo sensual de la música, a sorbos de ginebra y brandy. «El mundo cambió desde el primer sorbo. Se sintió pícara, alegre, capaz de todo, y embellecid­a por la mezcla sagrada de la música con la ginebra», describe GGM. El primer capítulo es un cuento perfecto y la secuencia general son seis narracione­s enlazadas en la que Ana Magdalena Bach inicia una nueva búsqueda de su propia libertad individual y sexual. En alguna ocasión en privado el escritor nos confesó que deseaba escribir novelas de amor donde sus protagonis­tas otoñales y en plena madurez pudieran vivir la felicidad del amor como si vivieran una renovada primavera. El ritmo de la prosa poética fluye cuando describe instantes como: «El aleteo de mariposas dentro del pecho se le volvió insoportab­le con la sola idea de tener al hombre de su vida hasta el amanecer».

En esencia, GGM fue siempre un alquimista de las historias íntimas y buscaba que sus lectores inventaran y reinventar­an la huidiza y misteriosa felicidad del amor, sin ataduras. El escritor batalló hasta el final con los lugares comunes, y fue más allá de la novedad vivencial de ese primer capítulo que genera un verdadero cataclismo en la vida de la protagonis­ta. No se trataba de alargar y repetir encuentros con diversos amantes fugaces, sino confrontar las tensiones que palpitaran en su espíritu. Así que, en esta brevedad de seis capítulos, el autor reescribió como quien pule una piedra preciosa, y alcanzó una breve obra maestra de la literatura, intuyendo que no todo estaba resuelto en los encuentros corporales y sexuales de Ana Magdalena Bach, quien elige y no se deja seducir por hombres machistas o patriarcal­es, sino que profundiza en los interstici­os y misterios de una feliz vida conyugal, y nos revela silencios cifrados del deseo no siempre alcanzado.

‘En agosto nos vemos’ Gabriel García Márquez (Random House)

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David Castro Gonzalo García Barcha, hijo de García Márquez, ayer en Madrid en la presentaci­ón de ‘En agosto nos vemos’.
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