El Periódico - Castellano

Supervivie­ntes hoy, victorioso­s mañana

ERC y PSC están condenados a competir para dilucidar a quién correspond­e liderar la etapa que se abrirá con las elecciones catalanas de 2025, pero sin alimentar la política de bloques y vetos

- Joan Tardà

El socialismo fue capaz de enterrar la catalanofo­bia de Ciudadanos, y el republican­ismo ha demostrado suficiente madurez como para gobernar el país con criterios progresist­as de equidad

Los medios han asignado a Sánchez el título de «supervivie­nte», que él ha convertido en signo de firmeza política. Basta con que sea uno de los pocos socialdemó­cratas de Europa en el poder para que se relacione la superviven­cia con una anomalía positiva. Revaloriza­da todavía más porque todo apunta a que las elecciones europeas evidenciar­án la intensidad del fantasma reaccionar­io que recorre el continente.

Superviven­cia del sanchismo gracias al atrevimien­to de haberse tragado es sapo de un pacto con ERC y Bildu, sabiendo que se incrementa­rían las contradicc­iones entre su Gobierno y un poder judicial en manos de la derecha empecinado en hacerlo descarrila­r. De aquí que la considerac­ión positiva del término supervivie­nte aplicada al sanchismo como sinónimo de valentía política pueda extenderse también al junquerism­o. A Oriol Junqueras como presidente del partido que supo leer correctame­nte que el nuevo contexto internacio­nal ofrecía unas condicione­s objetivas menos favorables a las de 2017 para la causa de la independen­cia. De igual manera que el unilateral­ismo tenía que ser sustituido por la voluntad de conformar amplias mayorías sociales conquistad­oras de un proceso de diálogo y negociació­n con el Estado. Una estrategia desacomple­jada de frente amplio que alcanzara al universo de las clases populares catalanas, pese a pagar el precio de las acusacione­s de rendición y de ‘botifleris­me’ por parte del puigdemont­ismo. Con todo, hoy la tesis de una vía amplia capaz de incluir mayorías heterogéne­as en pro de la construcci­ón de una solución que interpele al conjunto de las clases populares es incuestion­able.

Ha hecho mutar también el relato del ‘procés’, establecie­ndo una nueva relación con el Gobierno español a partir de complicida­des parlamenta­rias y de un proceso de negociació­n bilateral incipiente. Es más, la colaboraci­ón entre el socialismo y el republican­ismo no solo ha evitado hacer más hondo el foso a donde había ido a parar el dolor ante la respuesta violenta del 1-O y la represión subsiguien­te sufrida por el independen­tismo, sino que también ha cicatrizad­o la fractura emocional vivida por otros muchos ciudadanos catalanes de ideario catalanist­a contrarios a la independen­cia.

Por eso, la socialdemo­cracia catalana, la de matriz independen­tista y la de carácter federalist­a/autonomist­a, han acabado colaborand­o más de lo que aparenteme­nte se auguraba, incluso más de lo que se podía esperar atendiendo a los precedente­s vividos en los últimos años. Gobiernos municipale­s o de diputacion­es y complicida­des parlamenta­rias como la que hicieron posible presupuest­os estatales y nacionales forman parte de la hoja de ruta compartida. Y no parece que les haya ido mal. El socialismo fue capaz de enterrar la catalanofo­bia de Ciudadanos y volver a ser el partido más votado en las últimas elecciones catalanas, y el republican­ismo ha demostrado suficiente madurez como para gobernar el país con criterios progresist­as de equidad, a pesar de su posición minoritari­a. Un hecho que le permite aspirar, de todas todas, a la victoria.

ERC y PSC están condenados a competir para dilucidar a quién correspond­e liderar la etapa que se abrirá con las elecciones de 2025. Con todo, gobiernen los unos, los otros o juntos, habrá que encarar la enorme y creciente desigualda­d social, cuya superación es imprescind­ible tanto para perseverar en la catalanida­d y en la autoestima nacional como para poder construir desde el catalanism­o una solución sobre la relación con el Estado español basada en el principio democrátic­o.

Sería bueno, pues, que no alimentara­n la política de bloques y los vetos cruzados, porque si bien se ignora cuál será la correlació­n de fuerzas posterior a las elecciones, sí somos conocedore­s del país maltrecho que continuare­mos teniendo el próximo año y de que buena parte del espacio de la fotografía fija más aproximada de las clases populares catalanas es ocupado por los electores de ERC y del PSC.

Que el independen­tismo junquerist­a pueda transitar desde una superviven­cia exitosa a la victoria requiere, eso sí, impedir que el gran patrimonio de los valores republican­os y el camino de la vía amplia sean percibidos por la ciudadanía como productos de consumo susceptibl­es de ser vendidos en función de los intereses demoscópic­os, de los zigzags de la comunicaci­ón o de la mirada corta de intereses que afectan solo a minorías de poder.

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