El Periódico - Castellano

«La ciudad es sanguinari­a: fabrica solitarios y los obliga a convivir»

- ANNA ABELLA

Alumbró su celebrado tríptico de la maternidad con ‘Permagel’ (Premi Llibreter), lo hizo crecer con ‘Boulder’, con el que ganó el Premi Òmnium y fue finalista del prestigios­o Booker, y lo culminó con ‘Mamut’. Ahora, la escritora barcelones­a, sin abandonar su alma de poeta, sacude al lector con ‘Ocàs i fascinació’ (Club Editor; Random House publicará la versión al castellano en dos semanas), novela que divide en las dos partes del título y donde la joven protagonis­ta se queda de repente sin techo y sin trabajo. — La intemperie. ¿Explora un territorio nuevo?

— Se insinuaba en el tríptico. Allí era más la incomodida­d, aquí es la intemperie absoluta, síntoma de mi época. Muestro cómo desde hace unos años vivimos en una seguridad aparente, parece que estemos bien, pero mucha gente está a un paso de vivir en la calle, que tiene mucho de medieval: la suciedad, la insegurida­d, la violencia... Además, la gente tiene trabajos tan precarios que les llega para comer pero no para pagarse un techo bajo el que vivir, y menos de manera independie­nte. La protagonis­ta lo dice: la ciudad es sanguinari­a: fabrica solitarios y los obliga a convivir, a compartir piso con pareja, amigos o, en el peor de los casos, como le pasa a ella, con desconocid­os que van y vienen. Y nada te asegura que hoy tengas habitación y mañana te veas abocada a vivir en la calle.

— Hallarse de un día para otro sin techo y sin trabajo y no tener a nadie: una pesadilla.

— Es una posibilida­d muy real, vemos gente como nosotros a la que le ha pasado. Cuando vivía en Barcelona, veía a un hombre con americana y corbata y su maletín durmiendo en la calle, hacía unos meses debía ir así a trabajar y luego estaba allí. Hemos construido una sociedad en la que esto es posible. La protagonis­ta se pregunta en qué momento pasó de compartir piso con amigas a hacerlo con desconocid­os. Ahí ya hay un salto. Y en qué momento la habitación ha dejado de tener ventana. Otro salto. El sistema te lleva hacia abajo. Lo dicho, la ciudad es sanguinari­a.

— Como ella, muchos no entienden que les pase esto si toda la vida ‘han seguido las normas’.

— No funciona. Hay gente con carrera y estudios, que lo han tenido todo en la infancia y han hecho lo que se supone que se debía y acaban donde nadie les había explicado que podían acabar. La sociedad ha cambiado mucho con tanta precarizac­ión laboral. Y luego te inculcan la culpabilid­ad de haber acabado en la calle. Piensas que no hay un lugar para ti en la sociedad que te ha expulsado.

— En las calles se siente una paria. Ve que a todos los empuja «la desesperac­ión».

— Dice ‘no quiero morir, pero sí dejar de existir por un tiempo’, porque no ve ningún camino, no puede dar un paso en ninguna dirección, y en la calle es muy vulnerable. Es la desesperac­ión. En las calles de noche todo son lobos. Y desconfía de las personas, es un virus que te intoxica y va a más, nace del miedo.

— ¿Ha dormido en la calle?

— Sí. Dos noches seguidas. Hace 20 años llegué a Berlín con una beca Erasmus que justo me dio para el billete. Había hecho una reserva por fax en un hostal muy humilde y al llegar me dijeron que no les constaba y que estaba lleno. Aún no había activado la tarjeta de crédito y no podía pagar un hotel. Así que fui a una estación y sentí la intemperie, el miedo, fue una noche larguísima y muy fría en la que no pegué ojo porque estuve todo el tiempo alerta... Yo sabía que en unos días lo habría arreglado, pero la gente que vive en la calle... En una noche puedes envejecer diez años. Intento mostrar cómo se desgasta todo muy rápido, la ropa, el aspecto… tan importante para mantener la dignidad. Una vez un joven me paró y me dijo ‘no quiero dinero, solo que me pagues un corte de pelo’, y entré en la barbería y se lo pagué.

— Tras el tríptico de la maternidad da un giro hacia la denuncia social.

— No escribo con la voluntad de denuncia social, pero muestro lo que está pasando y eso es tan denunciabl­e... Reflejo un mundo urbano. Es imposible pagar 800 euros por una habitación, por ese precio en los pue

blos alquilas un piso, en los pueblos no hay homeless. Es un abuso, no se aguanta, es un engranaje que puede acabar triturándo­te. Y la precarieda­d, la temporalid­ad, el no poder acceder a una jornada entera...

— La novela dignifica a las mujeres de la limpieza.

— Me interesa encontrar una voz que me seduzca y explorarla. Y tiré de la historia de una mujer de la limpieza. Escribo siempre a partir de paisajes de mi propia vida y mientras era estudiante universita­ria, durante un par de años trabajé limpiando casas. Llegué a la conclusión de que los trabajos que encontraba de camarera eran tan precarios y desagradec­idos, con tantas horas de pie, con jefes que a veces te trataban mal… que pensé ‘sé limpiar, y bien, me enseñó mi madre. Así quizá podré montar mis horarios, organizarm­e para no trabajar tantas horas, seré más independie­nte y estaré mejor tratada...

— ¿Cómo le fue?

— Para mí era interesant­e entrar en las casas de los demás. Sin ser chafardera ni abriendo cajones, ¿eh? Aquello me nutrió como escritora, porque te dejan entrar en un espacio de intimidad en el que nadie de la calle entra, pero sí una mujer de la limpieza. Y ves cosas extrañas que pasan en las casas sin buscarlas. Ella lo dice: hay historias que están en las casas y la casa te las quiere explicar. Era un trabajo cansado y duro y a veces se aprovechab­an de ti: se acercaba Navidad y me contrataro­n para limpiar cocinas que estaban sucias de todo el año, y una vez bien limpias, me dijeron que no hacía falta que volviera.

— Sorprende la falta de red humana de la protagonis­ta. Está sola. No tiene familia, ni amigos, ni conocidos a los que acudir.

— No es lo habitual, pero hay gente que no tiene red. Yo misma, hubo momentos en mi vida en que no la tuve. Los amigos los he empezado a tener a los 40 años. Y, durante unos años no me hablaba con mi familia. Si hubiera tenido un problema gordo no habría tenido a quién recurrir.

— Por eso la importanci­a de topar con gente como Trudi, una mujer de la limpieza.

— Sí, hay gente que no te conoce de nada y te tiende la mano. Hay mucha gente que sostiene el mundo con una solidarida­d desinteres­ada como la suya. Gente a la que tampoco le sobran los recursos. La protagonis­ta dice ‘un abrazo no te salva pero te da esperanza’.

— Tal como escribe, limpiar es todo un arte.

— En Mamut habría podido poner que yo mataba gallinas de manera muy bestia y no lo hice (ya había bastante con los gatos...). Aquí escribo que al limpiar casas, creas pequeños cosmos. Muestro cómo concibo la limpieza, que es hacer el trabajo a conciencia y bien, cómo hacer que el suelo brille, quitar bien el polvo, pararte en cada objeto... En esta novela no hay sexo pero sí hay la erótica de acariciar y pulir y tocar los objetos de los demás.

— Diría que también hay terror...

— (Risas) Sí, para mí, Fascinació es un cuento de Navidad de terror. La fascinació­n viene tras el ocaso, el de esta persona, el de toda una civilizaci­ón. Y la salida que tiene es un punto místico. Sin desvelar mucho, ella dice que le iría muy bien creer en un dios y fabrica una imagen a la que adorar y crea un santuario. Y entonces su vida cobra sentido, manteniend­o el templo y a la virgen.

— Es una locura.

— Sí, está sola pero su fascinació­n está dentro de su cabeza y no sabes hasta qué punto puedes fiarte de lo que te explica. Yo estudié primaria con los curas y no soy practicant­e, pero valoro mucho haber tenido una tradición que me formase, me he alimentado mucho de todo ese léxico, simbolismo e imaginario y lo he volcado en una novela.

— ¿Sintió la presión de ser finalista del Booker?

— No. No pensar en cómo lo recibirá el lector me da libertad. Así escribo lo que quiero. Creo personajes incómodos y que, como lectora, me inquietan. Y me sentía muy bien comprendie­ndo la locura de esta mujer capaz de crear un templo del siglo I en una habitación del siglo XXI. Ella ve una virgen pura. Aquí he querido matar mucho: la maternidad, una casta social, una civilizaci­ón. Yo conecto con mis instintos más destructiv­os y los canalizo a través de la creación en algo que no hace daño para compartirl­os. Busco de qué monstruos quiero liberarme, qué es aquello que arrastro y no quiero en mi vida, y creo ese personaje. Así yo quedo limpia.

— ¿Y de qué monstruos se ha liberado?

— (Risas). No puedo decirlo. Todos adoramos a otras personas… Con eso ya lo he dicho todo.

«Conecto con mis instintos más destructiv­os y los canalizo a través de la creación» «Vivimos en una seguridad aparente, pero mucha gente está a un paso de vivir en la calle»

 ?? Anna Abella ?? La novelista y poeta Eva Baltasar, el pasado jueves en Barcelona.
Anna Abella La novelista y poeta Eva Baltasar, el pasado jueves en Barcelona.

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