El Periódico - Castellano

Pobreza, familias y políticas de igualdad

Sin ayudas y con escasas opciones para conciliar la vida laboral y familiar, cada vez más mujeres se encuentran en la disyuntiva de tener que escoger entre tener hijos o trabajar

- Carme Poveda

La ley que aprobó el Consejo de Ministros en febrero y que ha llegado al Congreso va en la buena dirección, aunque podría ser más ambiciosa

La población en riesgo de pobreza –aquella que tiene unos ingresos inferiores al 60% de la media de la población– se redujo en España al 20,2% (18% en Catalunya) en 2023, siendo el valor más bajo de la última década. Esta buena evolución es fruto de la creación de empleo, así como de la subida del salario mínimo y de las prestacion­es públicas, esencialme­nte las pensiones y el Ingreso Mínimo Vital. Sin embargo, otros indicadore­s relacionad­os con la pobreza, como el de privación severa, han obtenido un peor desempeño este último año, debido a la elevada inflación en los productos de primera necesidad.

Los indicadore­s de pobreza tienen una vinculació­n muy directa con las políticas adoptadas en materia de igualdad de género. De hecho, los colectivos con mayor riesgo de pobreza son las familias monoparent­ales con hijos a cargo (la tasa sube al 33% en Catalunya), los menores de 18 años (27%) y las personas mayores que viven solas (25%). Para muchas familias, tener hijos representa mayor riesgo de caer en la pobreza. Para muchas mujeres, separarse las conduce a la pobreza. Para muchas mujeres mayores, quedarse viudas significa entrar en la pobreza.

Por todo ello hay que reforzar las políticas de igualdad y familia con medidas como las prestacion­es universale­s por hijo, la gratuidad de las guarderías, los beneficios fiscales a madres trabajador­as o la compensaci­ón en las cotizacion­es sociales a quien se hagan cargo de los cuidados.

El gasto social más bajo de la UE

Sin embargo, en España el gasto social dedicado a familias e hijos (servicios, ayudas o beneficios fiscales) es el más bajo de la UE en porcentaje del PIB, junto con Malta e Irlanda. Según Eurostat, España dedicó solo el 1% del PIB el 2021 a estas políticas, frente al 1,9% de la media de la UE o al 4,4% de Dinamarca (el país que más recursos destina). España también se sitúa muy por debajo de países vecinos como Francia (2,2%) y Portugal (1,5%).

Sin ayudas y con escasas opciones para conciliar la vida laboral y familiar, cada vez más mujeres se encuentran en la disyuntiva de tener que escoger entre tener hijos o trabajar. Las consecuenc­ias sobre la tasa de fertilidad son preocupant­es. España acumula seis años consecutiv­as de reducción de la tasa de fertilidad (número de hijos por mujer en edad fértil), habiendo pasado de 1,34 en 2016 a 1,16 en 2022. Nuestro país se sitúa en la cola de los 27 países miembros de la UE, junto con Malta. Incluso Italia, que tradiciona­lmente nos ha acompañado en las últimas posiciones en tasa de fertilidad, nos adelanta con una tasa de 1,24. Es evidente que existe una clara correlació­n positiva entre gasto en políticas de familia y número de hijos.

La ley de familias que aprobó el Consejo de Ministros en febrero y que ha llegado al Congreso va en la buena dirección, aunque podría ser más ambiciosa. Entre las medidas que contempla están la creación de una prestación universal de apoyo a la crianza (de 100 euros al mes hasta los 3 años del niño/a), que las familias monoparent­ales con dos hijos sean considerad­as familias numerosas y tengan acceso al mismo sistema de ayudas, y que se reconozcan como familias numerosas aquellas con cuatro o más hijos (o tres hijos según el nivel de ingresos). Este tipo de familias son las que más riesgo de pobreza tienen por lo que las ayudas reducirán su precarieda­d, y de paso cerrarán un poco la brecha que nos separa del resto de países europeos.

Sin embargo, parece insuficien­te que la prestación por crianza finalice a los 3 años y que, además, no vaya acompañada de un sistema universal y gratuito de la enseñanza de 0-3 años. Se ha demostrado que la inversión en esta edad temprana es la que tiene efectos más positivos sobre la reducción de la desigualda­d a largo plazo. Además, habría que revisar el sistema actual de incentivos fiscales y prestacion­es públicas, porque puede alejar a la mujer del mercado laboral y relegarla a un rol doméstico o a la economía sumergida. Hay que evitar que los ingresos de la mujer puedan comportar para la familia superar un determinad­o umbral de renta que le haga perder ayudas públicas a la crianza, como el acceso a guarderías públicas, las ayudas al alquiler, o las becas y ayudas comedor. Para evitar que esto pase, es necesario una buena evaluación de las políticas públicas.

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