El Periódico - Castellano

Y el Oscar es para... una persona negra

La película ‘American Fiction’ es sutil y dura cuando habla de lo íntimo, pero desternill­ante cuando se ocupa del racismo implícito y la tontería explícita en la industria editorial

- Miqui Otero P Miqui Otero es escritor

Hay muchas formas de ser un cretino, tal y como hay muchas formas de ser un racista, casi tantas como las hay de ser negro

El 4 de mayo de 2013 fui racista, sin proponérme­lo. Ese día, en el marco del festival Primera Persona en el CCCB, conocí al escritor de origen dominicano Junot Díaz. Lo habíamos invitado para charlar de su novela (¿la mejor del siglo XXI?) La maravillos­a vida breve de Óscar Wao, en la que intentaba, mediante un protagonis­ta nerd amante de los cómics, triturar los estereotip­os del típico caribeño de sangre caliente. Para su salida al escenario yo le había preparado, ejem, un sabrosísim­o temazo de salsa. Cuando empezó a sonar, se acercó y me dijo: «Te agradezco la música, tigre, pero a mí me gustan Joy Division». Estoy seguro de que me hizo el comentario no porque fuera un fan acérrimo de una banda del lluvioso Manchester, sino porque me quería hacer ver, de forma elegante, que yo había caído en el cliché contra el que su novela (que tanto le había confesado adorar) se había escrito.

Algo parecido le pasa al protagonis­ta de una de las películas con opciones de ganar el Oscar. Es American Fiction y está basada en una increíble novela que aquí publicó Blackie Books hace años con el título de X. El protagonis­ta es un intelectua­l con «la piel oscura, el pelo rizado y la nariz ancha», que escucha tanto a Mahler como a Aretha Franklin, licenciado en Harvard y de familia de médicos. Siempre le han acusado de no ser «lo bastante negro»: «Lo han dicho de mis novelas los editores y también lo oí en una cancha de baloncesto cuando, al errar un tiro, mascullé: ¡Recórcholi­s!».

Llueve sobre mojado

La película arranca con este personaje delante de una pizarra en la que ha escrito el título de una obra maestra del cuento: The Artificial Nigger, de Flannery O’Connor. Una alumna blanca llamada Britney dice que esa palabra le ofende y que no tiene por qué soportarla. «Si yo puedo aguantarla», le suelta el protagonis­ta, «apuesto a que tú también». La chica sale llorando y en la siguiente escena los directores de la facultad lo despiden temporalme­nte.

Llueve sobre mojado, porque el personaje lleva 17 cartas de rechazo de su nueva novela. No es lo suficiente­mente negra, le dicen. En cambio, triunfa la literatura más básica que denuncia (aunque en realidad explota) los clichés de la negritud. Hasta que decide, en venganza, escribir una especie de parodia del subgénero, que le vende a su agente con el siguiente reclamo: «Padres ausentes, raperos, crack y una muerte por un poli». ¿Resultado? La broma literaria se lee como obra maestra literal y recibe una oferta millonaria.

La película es sutil y dura cuando habla de lo íntimo, pero desternill­ante cuando se ocupa del racismo implícito y la tontería explícita en la industria editorial. Es obvio que tiene puntos en común con La mancha humana, de Philip Roth, pero X tiene más de dos décadas y en mi opinión ataca otras cosas más enquistada­s y añejas.

Por ejemplo: las personas obsesionad­as con lo auténtico suelen ser las más frívolas, las que elogian una obra por oportuna suelen ser las más oportunist­as, las más inflexible­s con sus conviccion­es en público suelen ser las más miserables, por poco empáticas, en privado.

La posibilida­d de que esa visión diferente de la negritud gane un Oscar me ha hecho pensar en Óscar Wao, sí, pero también en los Oscar de 2016, que se celebraron en plena polémica por el carácter blanco Profidén de estos premios. El cómico afroameric­ano Chris Rock empezó preguntánd­ose por qué esa 88ª edición era la primera en la que se planteaba en serio el conflicto: «Los negros hasta ahora no protestaba­n, ¿por qué? Porque nos violaban, nos linchaban… ¿Qué más nos daba quién ganara el Oscar a la mejor fotografía?». Luego ironizó con que si querían nominados negros, quizá tendría que haber categorías para negros, como la de «mejor amigo negro del protagonis­ta».

Hay muchas formas de ser un cretino, tal y como hay muchas formas de ser un racista, casi tantas como las hay de ser negro. Y una forma de ser un cretino, y también racista, es pensar que solo hay un tipo de persona negra. Una que cumpla todos los estereotip­os que permitan o bien validar tus prejuicios o bien enjuagar tu conciencia. En el planeta existen unas 6.600 especies de ranas, así que calcula cuántos tipos de imbécil hay. Incluso yo lo fui sin darme cuenta, en mayo de 2013. ■

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Leonard Beard
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