El Periódico - Castellano

La lotería del Niño

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La tarde en que el

Barça iba a jugar uno de los peores partidos de su reciente historia, incluso historieta, me encontré en Madrid, cuidándose de los resultados de su reciente operación, a uno de los mejores defensas azulgranas, Balde. Optimista, porque la recuperaci­ón va bien, y porque lo cuidan con el mimo que correspond­e a un muchacho de su simpatía, sonreía ante el futuro, incluido el futuro que se iba a disputar unas horas más tarde.

Casi un coetáneo suyo, Lamine Yamal, fue el elegido, en una noche que parecía hecha Viernes de Dolores, para resolver un dolor de cabeza en esta Liga que parece hecha para sufrir.

El partido fue tan malo como el disparo con el que Gündogan firmó la mala suerte, o la mala estrella, que lo acompañó a lo largo del partido. Hasta su sustitució­n, cuando ya el equipo tenía encarrilad­o, aunque dubitativo, un resultado esquivo como un pez.

Tras aquel penalti no celebrado, tirado con la desgana impropia de un futbolista de puntería otras veces exquisita, el Barça se derritió, a veces con resultado de ay y otras veces con resultados tan mediocres, en uno y otro lado, que esto parecía un juego de verano antes de colgar el cartel de aquí no se juega.

Hartos de la inoperanci­a

Fue terrible todo ese tiempo muerto, como hecho para que nos fuéramos del escudo, hartos de la inoperanci­a de una delantera en la que tan solo Yamal era capaz de levantar del suelo la moral diluida del equipo que Xavi controlaba desde la melancolía de su destierro.

Fue tan malo todo lo que veíamos que parecía que el aperitivo de la sesión ante el Nápoles se iba a amargar como en otros tiempos nos amargaron los últimos minutos las sucesivas desgracias de la era post-Messi.

La era post-Messi. Cuánto me ha costado, en estos tiempos, incrustar esa palabra en una crónica. Desde que se fue el gran jugador argentino que se crio en La Masia no había sido capaz de fabricar ese verbo de nostalgia que incluyo la evocación del gran futbolista.

Pero en la misma mañana en que vi en Madrid a Balde, esta ilusión azulgrana que ahora guarda su salud para el futuro, estuve viendo a Messi, a Luis Suárez y a Busquets, y sentí que esas diabluras que antes eran correspond­idas, con la alegría del gol o de la felicidad de ver jugar, ya faltan de tal manera en el Barça que quizá tan solo Yamal, o Balde, por ejemplo, podrían hacerla resucitar.

El fantasma de ese recuerdo regresó en la noche, cuando este Barça inoperante huía de viejos entusiasmo­s y soportaba una vejez prematura de la que le sería imposible despertars­e. Para animarme dije en alto, pero no me oyó nadie: en un rato vendrá un gol. El silencio ante lo improbable, dadas las circunstan­cias, fue roto luego con el gol de Yamal, el casi contemporá­neo del muchacho que se recupera en Madrid de su dolencia operada. Fue un gol de los suyos, como una lotería del Niño atraída por la buena suerte, y el juego superlativ­o, del más niño de todos los niños del Barça, un émulo de aquel muchacho que fue Messi y que me vino a la memoria por la mañana.

Ganó Lamine Yamal y ganó el Barça. Por un tiempo ese nombre, esos apellidos, serán el talismán que fue en esta casa de las melancolía­s de aquel que se fue llorando del Barça y cuya sombra sigue siendo más larga que su estatura. Como la de Yamal. La lotería del Niño está en sus manos.

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Jo rdi Co tri na Cubarsí sonríe con Lamine.
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Juan Cruz

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