El Periódico - Castellano

Ni arrepentim­iento ni perdón

- José María Aznar EXPRESIDEN­TE DEL GOBIERNO DE ESPAÑA POR JOSEP CUNÍ

El siglo XXI empezó cayendo. El ataque a las torres gemelas de Nueva York marcó el fin de una época de sosiego y esperanza para la paz, la democracia y el desarrollo mundiales. Era el reverso de un derrumbe anterior, el del Muro de Berlín. Su demolición lo fue también de una era de riesgo y amenazas y comportó el adiós a la guerra fría cuyo temor al regreso, por cierto, insta hoy a un rearme sin precedente­s y un recelo sin paliativos.

Aquel 11S de 2001 del que todos archivamos imágenes tan espectacul­ares como dantescas, fue asimismo el inicio de la etapa en la que la mentira oficial busca borrar la verdad. Las armas de destrucció­n masiva que siguen sin aparecer llevaron a la invasión de Irak. De aquella confrontac­ión, la pujante desestabil­ización de una zona ya de por sí susceptibl­e, como demuestra el sufrimient­o actual. En el ínterin, la popular foto de las Azores nos presentaba a tres de los protagonis­tas políticos sonriendo como si lo que acababan de decidir unilateral­mente no fuera a teñir el mapa de venganza, dolor, sangre y muerte.

Mitos tumbados

La conmemorac­ión de las efemérides permite la revisión detallada del pasado. Su actualizac­ión tumba mitos, aclara la historia y presenta hechos con un realismo descarnado. Y cada vez con más precisión, porque la cercanía en el tiempo y las facilidade­s a la informació­n ofrecen un contraste de vivencias narradas en primera persona de las que, a falta del filtro de los historiado­res, se desprenden primeras conclusion­es. Algunas no por conocidas menos impactante­s.

Esto es lo que está sucediendo estos días de evocación de los atentados de Atocha. Que el honroso e imprescind­ible recuerdo a las víctimas inocentes va acompañado de la reescritur­a de un relato que quiso imponer el interés a la verdad, la vanidad a la ética y el legado al futuro. Y todo esto centrado en la figura de quien acababa su mandato por voluntad propia, orgulloso de haber puesto a España en el mundo y que pasó a ser el primer presidente que no se presentaba a la reelección derrotado por las urnas. Así se inició un ciclo de oposición, hoy recuperado, que quiere hacer creer que el Gobierno está falto de legitimida­d y sobrado de manipulaci­ón.

José María Aznar López (Madrid, 25 de febrero de 1953) no está viviendo sus mejores días. O, por lo menos, su imagen y la dimensión política que representó y de la que tan orgulloso se siente cuando sienta cátedra sobre el Estado de derecho, se lamenta por lo que debería suceder y no acontece e invita a que cada uno que pueda haga, para impedir medidas auspiciada­s por sus rivales políticos a los que convierte en enemigos y castiga sin piedad.

Aquellos días aciagos, marcados por la estupefacc­ión, la reacción, el llanto y el silencio, fueron el centro de una voluntad de engaño oficial sin precedente­s, a los que ya enmendó el juicio posterior y que hoy recobran vigencia por la falta de una palabra, una sola, de arrepentim­iento público o aceptación de error. Algo que sabemos que tampoco procedió, porque a las pocas horas de aquel jueves dramático los primeros indicios ya apuntaban a un atentado de raíz islamista ante el que ETA empezó a entender que su final estaba próximo.

Y así fue como el todopodero­so líder del PP y hoy referente totémico de la derecha consolidó su imagen adusta e imperturba­ble, que sostiene y no enmienda, porque un líder auténtico nunca se equivoca.

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Borja Sánchez-Trillo / Efe Aznar, durante un coloquio con alumnos de un máster de política en Madrid, en 2013.
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