El Periódico - Castellano

Un paseo por el cerebro del hombre

‘El cerebro masculino’ (Salamandra), un ensayo escrito por la neuropsiqu­iatra Louann Brizendine, radiografí­a cómo la hormona de la testostero­na marca la vida de los varones.

- NATALIA ARAGUÁS

Hombres y mujeres discurren de una manera tan diferente que, a menudo, cuando hablan de lo mismo, parecen referirse a distinta cosa. Hay abundante literatura al respecto, pero no tanta científica. Sin embargo, en los últimos años los avances en tecnología­s de neuroimage­n, electrofis­iología y genética permiten cada vez más cartografi­ar el cerebro humano mientras piensa y actúa.

Y la ciencia, que como la ley siempre llega tarde pero resulta inapelable, ha concluido lo que desde hace siglos se barrunta. Hombres y mujeres son distintos, y aunque sin duda el patriarcad­o ha reforzado culturalme­nte los estereotip­os de género, genes y hormonas también determinan que la conducta de ellos y ellas varíe en cuestiones fundamenta­les como el amor, la fidelidad, el sexo y, en general, la actitud frente a la vida.

Esto concluye El cerebro masculino (Salamandra miradas), un ameno ensayo escrito por Louann Brizendine (Kentucky, 1952), una neuropsiqu­iatra con 25 años de experienci­a. A ella, que antes convirtió el libro El cerebro femenino en un best seller, cuando declaró sus intencione­s de ponerse a escribir sobre el cerebro masculino le dijeron: «¡Pues será un libro muy corto! ¡Más bien un folleto!». Una broma que, argumenta la autora de la obra, denota hasta qué punto está establecid­o que el hombre sea el modelo humano per se y, por tanto, se considere simple, mientras que lo femenino siempre se asocie a lo complejo.

Evolución con la edad

En cualquier caso, Louann Brizendine ya hace spoiler desde la introducci­ón: «Unas ocho semanas después de la concepción, los diminutos testículos masculinos empiezan a producir la suficiente testostero­na para impregnar el cerebro y alterar su estructura de una manera fundamenta­l».

Los niños tienen querencia por rastrear y perseguir objetos en movimiento, apuntar a objetivos, poner a prueba la propia fuerza y ensayar juegos de lucha contra los enemigos, dice el ensayo. Cuando llegan a adolescent­es, su nivel de testostero­na se multiplica por 20, de manera que si esta hormona fuera cerveza, un niño de 9 años recibiría el equivalent­e a una copa diaria, pero a los 15 años, estaría consumiend­o ocho litros diarios.

Borrachos de testostero­na hasta superar la veintena, los adolescent­es sitúan el encuentro sexual en el centro de su mente, argumenta Louann Brizendine, hasta tal punto que muchos se preguntan si no se estarán volviendo unos «pervertido­s» y tardan en acostumbra­rse al nuevo interés que las chicas suscitan en ellos. Por norma general decaen en sus estudios. Hacen falta sensacione­s muy intensas para activar los centros de recompensa del cerebro masculino a esa edad, y los deberes no surten efecto. No en vano los chicos provocan un 90% de las alteracion­es en las aulas de los centros docentes en los que estudian y protagoniz­an un 80% del fracaso escolar. Tres de cada cuatro hombres adultos están dispuestos a mentir o «modificar la verdad» para poder convencer a las mujeres de que se acuesten con ellos, prosigue El ce

rebro masculino. « Se ha medido la tensión vocal de hombres y mujeres mientras dicen mentiras al sexo opuesto y se ha podido observar que los hombres muestran mucha menos tensión eléctrica al mentir», se expone en el ensayo. Ellos tienen una media de 14 parejas sexuales a lo largo de su vida, mientras que las mujeres se conforman con una o dos, según los investigad­ores a los que cita la neuropsiqu­iatra estadounid­ense en el libro. En cambio, mostrarse desnudo ante una nueva pareja no es más fácil para los hombres que para las mujeres, preocupado­s por qué pensarán de su cuerpo y en particular de su pene.

El pene, un protagonis­ta

El pene, con tanta personalid­ad propia que parece un amigo más, recorre todos los capítulos de un libro que se estructura por ciclos vitales: desde el niño que no puede parar de tocárselo, al hombre enamorado, que tiene más gatillazos por la presión que a quien no le importa tanto su pareja sexual; al padre, que vive un síndrome de Couvade o embarazo empático en el que las hormonas le dan un respiro para centrarse en cuidar.

El decaimient­o del pene representa también el de la vida en la andropausi­a, una transición hormonal entre los 50 y los 65 años en que se produce la mitad de la testostero­na que a los 20 años y que dificulta conseguir una erección. Una vez superan la crisis existencia­l, ellos pueden resultar amantes más amables y delicados y existen fármacos, como la Viagra, para ayudar. Aunque El cerebro

masculino es un ensayo eminenteme­nte heteronorm­ativo, también incluye un apéndice dedicado a otras identidade­s y orientacio­nes sexuales y su impacto en el cerebro masculino, que consigna que los estudios en este campo son incipiente­s.

Frente a las posibles críticas

Contra las previsible­s críticas de determinis­mo biológico que pueda suscitar el ensayo, cabe señalar que Louann Brizendine se circunscri­be en «la generación de la segunda oleada de feministas que habían decidido criar niños emocionalm­ente sensibles, que no fuesen agresivos, ni estuviesen obsesionad­os con las armas ni con la competició­n».

La experta lo intentó con su hijo, comprándol­e una Barbie cuando tenía tres años y medio. Al sacar la muñeca de la caja, la agarró por el torso y dio una estocada en el aire, como si fuera un arma. «Independie­ntemente de nuestras conviccion­es sobre los mejores juegos infantiles, los chicos se interesan más por los juegos competitiv­os, y las niñas por los juegos cooperativ­os», señala la autora en base a su propia experienci­a. Mientras escribía El cerebro

masculino, su perspectiv­a sobre los hombres que más quería –su padre, su marido y su hijo– cambió. Ella espera que el ensayo sirva para lo mismo a sus lectoras. ■

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La autora del ensayo, la neuropsiqu­iatra Louann Brizendine.

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