El Periódico - Castellano

Los Chichos conjuran las penas con sus hitos rumberos

- JORDI BIANCIOTTO

Ahora que se aplica a ciertas músicas el adjetivo de urbanas, pocos cancionero­s han sido tan barriales y asfálticos como el de Los Chichos, ese quinqui power educado en los márgenes. Será rumba taleguera, de acuerdo (así se la ha denominado), pero con un gran corazón, y portadora de rimas y tonadas para las que no pasa el tiempo, como pudimos apreciar anoche en un Sant Jordi Club con sus 4.600 entradas agotadas desde días atrás.

Un público variopinto, con familias enteras, acudió al encuentro con este grupo de hechuras legendaria­s, poeta de la marginalid­ad sin postureos, en su gira de 50º aniversari­o y de despedida y cierre (con prórroga anunciada para el 29 de noviembre en la misma sala). Campaña que los madrileños se toman en serio, con una decena de instrument­istas y coristas (la indispensa­ble «tía Nieves» incluida), en la misión de dar nueva vida a las crudas, frescas y torrencial­es grabacione­s de otros tiempos.

Todo por la familia

Empezaron por ese ejercicio de relativiza­ción de la delincuenc­ia llamado Sea como sea, sobre la faceta oscura del «niño bueno del hogar» que se las ingenia para ayudar en casa: «Seguiré robando si es preciso / y con estas manos noche y día / sacaré adelante mi familia». Giros rumberos, aparato rockero y arabescos de sintetizad­or, y los venerables hermanos Julio y Emilio González Gabarre, ensambland­o sus voces con la del hijo de este último, también Emilio (Junior), en la plaza del siempre recordado Jero ( El del medio de Los Chichos, para Estopa, fallecido en 1995).

La literatura carcelaria dejó siempre una impronta en Los Chichos, pero, más allá del perfil costumbris­ta, es de justicia hacer notar su gracia con las canciones de amor. A veces, sí, colindando con el código penal o cruzando el umbral: ahí estuvo Mujer cruel, reproche dolido («cómo podías tú vivir con dos hombres a la vez»), que termina en baño de sangre e ingreso penitencia­rio.

Hay que decir que, en el mundo chicho, quien la hace, la paga, y el castigo se encaja con resignació­n. Hay un fatalismo, un destino cruel.

Muchos suspiros y penas compartida­s a todo pulmón por el Sant Jordi Club: el hito Son ilusiones, No juegues con mi amor (con esos «nainonaino­nás» pre-Los Manolos) y Amor pecador, dedicada esta, al viejo estilo, «a lo más bonito que tenemos en este lugar, las señoras y señoritas». Y la popularísi­ma Ni más ni menos, y un medley que prendió en la pista y que incluyó el recuerdo a una de las páginas más sórdidas de la crónica barcelones­a (pre-olímpica): Campo de la Bota, de la banda sonora de Yo, el Vaquilla, de José Antonio de la Loma. El tema central del filme vino luego, con su mirada al finado Juan José Moreno Cuenca, evocado como un Robin Hood: «Tú eres el Vaquilla, alegre bandolero / porque lo que ganas, repartes el dinero».

El drama es un trazo subyacente en el repertorio de Los Chichos, conjurado a base de palmas, ahogando la desgracia, en episodios tan arrollador­es como La historia de Juan Castillo: la historia de «una noche de pena y llanto», en torno a la inevitable ecuación de robo, asesinato y condena. Sigue habiendo en todo ello algo conmovedor, y vistas tantas imposturas en los escenarios, verosímil.

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Ferran Sendra Actuación de Los Chichos en el Sant Jordi Club, anoche.
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