El yihadismo también muta, dos décadas después
▶ Internet es ahora un canal central para el terrorismo y ha crecido el nivel de alerta
En febrero de 2004, el marroquí Otman el Gnaoui conducía una furgoneta desde Asturias hasta el pueblo madrileño de Chinchón, a una casa donde había trabajado de albañil. Llevaba la dinamita que le consiguió José Emilio Suárez Trashorrras en una mina asturiana, material con que los matarifes del 11M fabricaron sus bombas. En enero de 2024, la Guardia Civil neutralizó a un yihadista que movía criptomonedas, y la Policía detuvo en Sevilla a un fanático islamista menor de edad con explosivo TATP. Lo había fabricado sin viajes, sin robos en minas, sin intermediarios, tan solo mirando internet.
Han pasado 20 años entre un momento y otro del terrorismo islamista en España. Desde la matanza de los trenes de Atocha han mutado las formas de hacer de los terroristas, han crecido los efectivos de las Fuerzas de Seguridad, ha cambiado la ley, ha subido un escalón el nivel de alerta, ha variado la percepción de España como objetivo… pero tres de las fuentes consultadas en la Policía, la Guardia Civil y los Mossos suscriben la frase de un inspector jefe del área de Terrorismo de la Comisaría General de Información: hoy, como entonces, «la seguridad cien por cien no está garantizada en ningún lugar del mundo».
Y menos desde que la llamada integrista al ataque y el martirio se hizo global y, esparcida la semilla, se pasó de las células organizadas, numerosas, detectables, al individuo radical que en la soledad de su casa planea sangrientas ensoñaciones.
Golpes decisivos
A todas las fuentes les cuesta señalar cuál ha sido la operación antiterrorista más importante estos años. Quizá porque dos de esos golpes traen recuerdos dolorosos a las unidades que los llevaron a cabo.
El primero en Leganés, donde solo 24 días después de la voladura de los trenes estaban localizados y acorralados por los GEO siete autores de la masacre. El segundo, en Subirats y Cambrils, donde en entre 14 horas y cuatro días tras el ataque en las Ramblas, los Mossos abatían a los restos de la célula de Ripoll y al autor material de la matanza, Younes Abouyaqub.
Hay consenso en que el principal dirigente yihadista atrapado en España en cuatro lustros ha sido Abdel-Majed Abdel Bary, el rapero británico que arribó a Almería en patera desde el frente sirio del ISIS, que hasta el 20 de abril de 2020 se escondió con dos peones en pleno confinamiento del covid, y que planeaba instalarse en España con dinero de estafas online. El pasado 27 de julio lo hallaban muerto en su celda del penal de Puerto III.
También coinciden las fuentes en que el principal reclutador del yihadismo capturado en España en el mismo periodo ha sido el melillense Mustafá Maya, el mayor proselitista del integrismo islámico armado en Europa, hoy en la cárcel por segunda vez. El 23 de octubre pasado, cuando la Policía lo cogió volviendo a las andadas, hacía solo cuatro meses que había cumplido una pena de ocho años por enviar a su «guerra santa» a al menos 28 muyahidines desde distintos puntos de Europa. Atravesamos «una fase de mucha actividad antiterrorista», comenta un mando de la Guardia Civil.
Y calcula uno de sus colegas, este vestido de azul, que desde 2015 hasta ahora, la media de teléfonos y comunicaciones online bajo intervención con aval judicial en las investigaciones de la lucha antiterrorista no ha bajado del centenar. Es complicado precisar con exactitud el número: se trata de pesquisas secretas.
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