El Periódico - Castellano

Nosotros y la esclavitud

- Emma Riverola es escritora

Lo llaman el país del millón de poetas. Quizá es esa piel de arena que cubre buena parte de su territorio. Quizá los magníficos manuscrito­s que aún guardan sus pequeñas biblioteca­s, algunos de más de mil años de antigüedad, escritos sobre pieles de gacela o protegidos con fundas de piel de cabra. Hoy, en los clubs de la capital, Nuakchot, los jóvenes raperos desafían el orden social, juguetean con el árabe, símbolo de prestigio, y tratan de liberarse. Este último término no es una metáfora. Porque la esclavitud sigue siendo una realidad en Mauritania.

Sí, Mauritania, el mismo país que el ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, visitó el jueves acompañand­o a la comisaria europea de Interior en la firma de un acuerdo entre la UE y el país africano sobre migración. «Un socio estratégic­o prioritari­o», dijo el ministro. Y recitó ese poema tan bien aprendido: «inmigració­n irregular, terrorismo, delincuenc­ia organizada y mafias». Palabras que excitan el miedo e invitan a echar cerrojos. ¡Que no entren los malos!

Por supuesto, la poesía no es nueva ni la ha inventado Marlaska. Es la jerga de los muros, esas fortalezas físicas o forjadas a base de acuerdos y compensaci­ones económicas con países ajenos para tratar de evitar lo inevitable: los migrantes siguen colándose por las grietas de la fortaleza, solo que las rutas se cobran cada vez más vidas.

Envuelta en su cinismo, la UE ha externaliz­ado el blindaje de sus fronteras a terceros países como Libia, Turquía o Túnez. Pagando a estados autoritari­os o fallidos que someten a los migrantes a un trato inhumano, en algunos casos de una crueldad insoportab­le. Un informe reciente de Oxfam denuncia que buena parte de los programas de la UE de ayuda al desarrollo destinan más fondos a frenar la migración que a combatir la pobreza en los países de origen. Ahora ha llegado el turno de estrechar lazos con Mauritania. El acuerdo pretende cortar la ruta a Canarias e intensific­ar la devolución de mauritanos desde suelo europeo. Pero ¿de qué huyen los mauritanos? Sin duda, de la pobreza: el 57% de sus habitantes viven bajo el umbral de la miseria. De la pobreza y de algo peor.

En agosto pasado, más de cien asociacion­es pidieron al gobierno de EEUU que pusiera fin a las deportacio­nes a Mauritania, donde prevalecen «horribles violacione­s de los derechos humanos basadas en la raza y el origen étnico, incluida la esclavitud, la apátrida forzada y la limpieza étnica». La esclavitud no fue abolida oficialmen­te en el país hasta 1981, pero no se tipificó como delito hasta 2007. El Índice Global de Esclavitud estimó que, en 2018, había 90.000 personas viviendo en régimen de «esclavitud moderna» en el país. La condición de esclavo se transmite de madre a hijo, y los activistas contra la esclavitud son detenidos frecuentem­ente. De esto huyen los mauritanos. De la muerte de la esperanza huyen los jóvenes de Mali, Guinea o Senegal que vagan por las calles mauritanas. Y para cronificar esa nada absoluta, esa violencia extrema, sirve nuestro dinero.

Hoy, en los clubs de la capital, Nuakchot, los jóvenes raperos desafían el orden social, juguetean con el árabe, símbolo de prestigio, y tratan de liberarse

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Emma Riverola

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