El Periódico - Castellano

El legado de la masacre del 11M

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La pésima gestión comunicati­va que hizo el Gobierno de Aznar del brutal atentado terrorista del 11M, insistiend­o en la hipótesis etarra cuando, una vez superado el shock y la confusión inicial, ya había indicios suficiente­s como para privilegia­r la autoría islamista, dio pie a la normalizac­ión del uso de la mentira en política como medio para mantenerse en el poder. Lo intentó sin éxito el PP y así lo hizo Zapatero en 2008 negando la existencia de una crisis económica y así acaba de hacerlo Sánchez, quien, tras haberlo negado reiteradam­ente, ha promovido la amnistía por los hechos vinculados al ‘procés’.

Pero además de esta forma de hacer política que se adelantaba a la era de las fake news, la inesperada llegada de Zapatero a la Moncloa permitió la incorporac­ión a la agenda política de algunas cuestiones altamente divisivas que desde entonces han alimentado la polarizaci­ón. Desde la ley integral de violencia de género a la promoción de la igualdad, pasando por la ley del matrimonio homosexual o la ley de memoria histórica, entre otras, a pesar de los avances sociales que han permitido y que en muchos casos no han sido derogadas, provocaron protestas convenient­emente alimentada­s por un PP que se sentía injustamen­te desalojado del poder. Se iniciaba así una etapa de movilizaci­ones callejeras tan legítimas desde el punto de vista democrátic­o como lo son las decisiones adoptadas por mayoría parlamenta­ria.

Aunque lo que ha tenido un mayor impacto en la vida política española fue el compromiso de Zapatero, hecho cuando no se intuía su victoria y por tanto concebido solo para ser una promesa electoral, de dar apoyo al nuevo Estatut tal y como saliese del Parlament. Esta promesa no se cumplió pero nada de lo que ha sucedido a posteriori en Catalunya se explica sin ese aval que incentivó la competenci­a interna en el campo del nacionalis­mo catalán por colgarse las medallas y sin las expectativ­as que generó, que al revelarse falsas alimentaro­n la frustració­n y la deriva secesionis­tas promovida por sus élites.

Ese compromiso fue el resultado de la temprana asunción por parte del PSOE de su incapacida­d para cosechar una mayoría absoluta y la aceptación de su dependenci­a de los partidos de ámbito no estatal para gobernar, que comportaba unos intercambi­os en materia de política autonómica difícilmen­te asumibles por el PP.

Mentira, polarizaci­ón, competenci­a entre partidos nacionalis­tas, proceso soberanist­a, dependenci­a de partidos de ámbito no estatal y (auto) marginació­n del PP constituye­n el legado del 11M. Desde entonces la ausencia de grandes consensos preside nuestra vida política. No está de más recordar que las grandes divisiones sostenidas en el tiempo y el abuso de las decisiones mayoritari­as nunca han tenido un final feliz. Por ello, frente a quienes denostan el legado de la Transición hay que recordarle­s el lamentable legado del 11M y reprocharl­es que lo sigan alimentand­o. Y a quienes lo reivindica­n, hay que afearles que no lo emulen.

Mentira, polarizaci­ón, proceso soberanist­a, dependenci­a de partidos de ámbito no estatal y (auto) marginació­n del PP constituye­n el legado del 11M

Astrid Barrio es profesora de Ciencia Política y miembro del Comité Editorial de EL PERIÓDICO

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Astrid Barrio

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