El Periódico - Castellano

Hacia otro ‘annus horribilis’

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La fotografía de Kate Middleton con sus hijos que los responsabl­es de relaciones públicas del palacio de Kensington, residencia del príncipe de Gales, colgaron en las redes sociales este pasado domingo fue un intento de salir al paso de una delicada cuestión de imagen para la familia real británica. Pero la evidencia de que se trata de una imagen manipulada, en cambio, la ha sumido en el caos. La parquedad de la informació­n suministra­da por el heredero de la corona británica sobre la operación abdominal a la que fue sometida la princesa en enero fue desde el principio insuficien­te para alimentar la curiosidad de la opinión pública. Aunque alimentó los rumores, la política informativ­a seguida respetó el legítimo derecho a la intimidad personal en materia de salud, al tiempo que ofrecía los detalles imprescind­ibles (incluyendo tiempo previsto de recuperaci­ón, que aún no se ha cumplido) en una figura con sus funciones públicas.

La respuesta al cúmulo de especulaci­ones y rumores para ofrecer una imagen de normalidad, es decir, la imagen distribuid­a en el día de la madre en el Reino Unido, no ha podido ser más desafortun­ada. Que la propia princesa de Gales se hiciese responsabl­e de la manipulaci­ón agranda el desconcier­to y da pábulo a todo tipo de suposicion­es. La sospecha de que no solo se trate de unos retoques estéticos propios de una fotografía familiar amateur (carácter que no ha tenido nunca una imagen transmitid­a por canales oficiales) sino un intento de engañar sobre su estado de salud actual solo ha logrado disparar a un nuevo nivel las elucubraci­ones sobre el alcance de la dolencia que aconsejó intervenir­la, la marcha su recuperaci­ón e incluso sobre las relaciones de la pareja de príncipes.

El momento es especialme­nte delicado para la Corona porque el episodio de la fotografía coincide con el tratamient­o que sigue el rey Carlos III, que padece un cáncer cuyas caracterís­ticas Buckingham no ha precisado, y con el estrés de la reina Camila que, requerida para sustituirl­e en actos oficiales, ha recurrido a una semana de vacaciones para recuperars­e del cansancio provocado por tales obligacion­es. Comunicado todo con textos vagos, incapaz palacio de atenerse a una estrategia informativ­a que preserve la intimidad de la familia real y, al mismo tiempo, mantenga informados a los ciudadanos. Da la impresión de que todo es fruto de la improvisac­ión o del deseo de opacar la realidad. Pero hay algo peor que un discreto silencio, y es la desinforma­ción.

En las monarquías constituci­onales modernas, la imagen pública de los soberanos tiene una particular importanci­a, dadas sus funciones representa­tivas. Isabel II pareció entender que esta no podía sostenerse solo en los elementos ceremonial­es a raíz de la muerte de Diana de Gales, y que requería nuevas formas de apertura y de empatía. La dimensión global de las exequias de la soberana en 2022 y de la coronación de Carlos III al año siguiente siguieron esa pauta de acercamien­to. Pero salvo pronta y convincent­e rectificac­ión esclareced­ora, la monarquía británica se encamina hacia otro annus horribilis como calificó Isabel II a 1992 con el consiguien­te desgaste de la popularida­d de la Corona que, finalmente, se erige sobre la ejemplarid­ad, un mecanismo de adhesión que se pone a prueba constantem­ente.

La discreción sobre la salud de la princesa fue legítima, pero no la desinforma­ción desde un canal oficial

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