El Periódico - Castellano

Grafitis, entre el arte y la suciedad

- Álex Sàlmon Álex Sàlmon es periodista. Director del suplemento ‘Abril’ de Prensa Ibérica

No hay duda de que existe una cultura urbana de grafitis. El artista más representa­tivo es Banksy. Sus obras son reconocida­s y han pasado de la calle a los museos. La niña que pierde un globo en forma de corazón o el manifestan­te que arroja unas flores evidencian la facilidad de convertir estas obras en emblemas.

Hay otros grandes artistas urbanos. Por ejemplo, Vhils, que cambia el aerosol por el taladro como si fuera un cincel en cualquier pared derruida; la tiza de Keith Haring, ya fallecido, capaz de armar una obra de arte en cualquier espacio libre junto a un panel publicitar­io del metro de Nueva York; Space Invader, que jugaba con mosaicos como si fueran píxeles digitales o C215, que sí utilizaba espráis para dibujar sus obras de arte callejeras.

El mayor éxito del mundo grafitero en Catalunya llegó cuando hace años el pueblo de Penelles (Lleida) convenció a sus habitantes de convertirs­e en la localidad con más grafitis que vecinos. Ahora es casi un museo y los artistas, que han pasado días para componer sus obras alojados en casas, se sienten del lugar.

El arte urbano existe y está vigente. Pero una cosa son grafitis con sentido estético y lo otro gamberrism­o sucio y molesto, que le costó el año pasado al erario nueve millones de euros en Barcelona.

Ese gamberrism­o también reposa sobre una cultura mal entendida. Sus protagonis­tas defienden su supuesto arte y se molestan cuando se va a la contra. La estética es siempre la misma: un repetitivo ensanchami­ento y redondeo de letras, coloreadas en su interior y situadas en lugares donde el riesgo hace que el dibujo se acompañe con adrenalina. Ahí está la adicción. En el riesgo a ser detenido.

También existe una moda por trazar firmas. Solo firmas, con poca ambición estética, pero que, al ser repetitivo y prolífico por toda la ciudad, los que se dedican a ello reconocen. Las hay famosas como Brunes, Ruso, Ivan, Deor o Farlopa, entre otros. Si ustedes las buscan por internet, las reconocerá­n y uno queda impactado de tanto narcisismo junto.

Hay otro tipo de firmas más anodinas. Son las que encontramo­s en cajas de semáforos, persianas de comercios, paredes del metro etc. Son pequeñas y siempre en negro o rojo, y ensucian la ciudad. La mayoría de autores son adolescent­es satisfecho­s de imitar a sus ídolos que dejan su firma como si se tratara de la meadita perruna de la mañana, reafirmand­o: «Aquí he estado yo».

La industria que ha generado es impresiona­nte y centrada en Barcelona. Muy interesant­e es el proyecto de Montana, nacido en la ciudad en 1994 y que vende aerosoles a todo el mundo. Los mejores grafiteros, o escritores, así los llaman, la utilizan. Y es que Barcelona es la capital del grafiti, a pesar de la ley de 2006 que multa con 3.000 euros pintar en la calle.

¿Ensucian o es arte? Hay de todo, pero será difícil detener a los que encuentran embriagado­r colarse en un túnel de metro o tren y ponerse a escribir en una pared de noche y en soledad. ■

Ese gamberrism­o reposa sobre una cultura mal entendida. Sus protagonis­tas defienden su supuesto arte y se molestan cuando se va a la contra

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