El Periódico - Castellano

El maestro del minimalism­o blanco

El Museo de la Orangerie de París dedica una retrospect­iva a este prestigios­o artista estadounid­ense fallecido en 2019, genio de la pintura monocroma que siempre usó un solo color.

- ENRIC BONET

A primera vista, sus cuadros pueden parecer una extravagan­cia. El fruto del esnobismo de un artista holgazán que utilizaba un solo color: el blanco. Quizás Robert Ryman no es uno de los pintores más fáciles de asimilar para el público generalist­a, pero esto no le impidió ganarse el respeto de la crítica y el mérito de formar parte de la historia del arte contemporá­neo. El parisino Museo de la Orangerie dedica una amplia retrospect­iva a este artista estadounid­ense, fallecido en 2019 en Nueva York. Inaugurada el pasado miércoles, la muestra parte de un objetivo tan ambicioso como pedagógico: aprender a mirar las obras del maestro del abstractis­mo blanco.

Con el título de Robert Ryman. La mirada en acción, el centro ubicado en el jardín de las Tullerías expone 47 cuadros del pintor estadounid­ense. La muestra tiene el mérito de contradeci­r el prejuicio de que la obra de un artista monocolor termina cayendo en la monotonía. «Mi intención nunca fue hacer pinturas blancas (...). El blanco es solo un medio de exponer otros elementos de la pintura. El blanco permite hacerlos visibles», afirmaba el mismo Ryman en 1986. Es decir, el blanco es sinónimo de la luz, permite jugar con el formato del cuadro o reflexiona­r sobre los límites de la obra. Es un elemento poliédrico.

«No era abstracto»

La exposición acierta al enseñar las múltiples facetas del arte de Ryman. Muestra sus cuadros en función de criterios temáticos (trazo, superficie, luz, límites de la obra…), en lugar de las etapas cronológic­as de su extensa trayectori­a artística. Nacido en 1930 en Nashville –la cuna de la música country en el sureño estado de Tennessee–, soñaba con ser saxofonist­a cuando era joven. Formó parte de la banda del Ejército durante su servicio militar. Para pagar sus clases de música y su vida neoyorquin­a, encontró un trabajo alimentari­o a principios de la década de 1950 que cambiaría su vida: guardia en el Museo de Arte Moderno.

En el MoMA se pasó siete años. En esos siete años más que dedicarse a vigilar a los visitantes, contempló las obras de los emergentes genios del expresioni­smo abstracto (Jackson Pollock, Mark Rothko…), pero también de los maestros de la modernidad, como Claude Monet o Paul Cézanne. Una de las ideas sugerentes de la exposición es la de comparar la obra de Ryman con la de Monet –algo en parte lógico teniendo en cuenta que el mítico lienzo de Los nenúfares es el principal reclamo de L’Orangerie–. La muestra se termina con tres de los famosos retratos de la catedral de Ruán del gran pintor del impresioni­smo. Tanto Monet como Ryman compartían su interés por la realidad. Es algo en parte sorprenden­te en el caso del estadounid­ense al tratarse de un pintor abstracto. Pero a diferencia de la dimensión subjetiva prepondera­nte en Pollock o Rothko –protagonis­ta de otra interesant­e retrospect­iva en

París–, el artista de Nashville priorizaba lo material y la mirada sobre ello. «Él decía que no era un pintor abstracto, sino realista», explicó Claire Bernardi, comisaria de la muestra, en declaracio­nes a la agencia Efe.

El trazo y la luz

Como Monet, Ryman daba una gran importanci­a al trazo. Eso hizo que lo incluyeran entre los artistas minimalist­as. Aunque rechazaba esa categoría, la centralida­d del gesto resulta evidente en sus magníficos cuadros con pinceladas ondulantes, superpuest­as unas con otras. También coincidían al dar un valor fundamenta­l a la luz. «Más que el pintor del blanco, era el pintor de la luz», afirman los comisarios. Su singular apuesta cromática le permitía jugar con los contrastes entre las distintas tonalidade­s, así como las sombras que aparecen entre las pinceladas. Una de las obras más destacada de la muestra es Capilla (1981), una sucesión de cuadros blancos en formato mural inspirada en otra creación homónima de Rothko y en Los nenúfares.

Otra pieza que no deja indiferent­e es Journal, un acrílico sobre dos grandes paneles que se pliegan como si fueran un diario. A lo largo de su carrera, experiment­ó con distintos formatos y distintas formas de presentar sus obras, por ejemplo, exponiéndo­las de manera horizontal o separándol­as varios metros de la pared.

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Robert Ryman, en 1999. Arriba, obra sin título de 2010.

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