El Periódico - Castellano

La matraca de la campaña infinita

- Olga Merino es periodista y escritora

La noche del miércoles, después de que Pere Aragonès anunciase el estratégic­o adelanto electoral, soñé que lavaba platos en una especie de nave de hormigón. Fue acostarme y empezar el fregoteo. Pilas de platos pringosos que lavaba a mano con un estropajo gigante. Cuanto más aceleraba el enjabonado, más loza me traían unos individuos espectrale­s en carritos metálicos a rebosar. Qué angustia. Los desasosieg­os del día se infiltran en la trastienda onírica, pero si bien es cierto que, en lo personal, llevo semanas con la sensación de que no llego a todo, de que las servidumbr­es se me zampan por pies, el panorama político tampoco ayuda. Elecciones otra vez. Venimos de las gallegas (febrero) y ahora se encadenan las vascas (abril), las catalanas (mayo) y las europeas (junio). A una por mes. La campaña infinita. Una matraca incesante.

Cada cuatro años los ciudadanos acudimos a las urnas con la misión de depositar en manos cualificad­as la gestión de los problemas. Esto es, los salarios, que no alcanzan; la sanidad pública, a punto de reventar por las costuras; el acceso a la vivienda; la competenci­a de los chavales en las escuelas; o la sequía (no quiero ni imaginar la canícula que nos espera). En Catalunya, las primeras elecciones después de las epidemias, el ‘procés’ y el covid, se afrontan, creo, con infinita galbana. Seguimos aturdidos.

Mientras, en Madrid, el Congreso se ha convertido en un sindiós generaliza­do, en un palenque de gallos de pelea, en un figón de navajeros donde parecen importar un pito las cosas del comer. El ventilador funciona a todo trapo y solo rige el razonamien­to del «y tú más». Sobre el intrincado cañamazo de la ley de amnistía, ha caído el escándalo del caso Koldo y sobre este, los tejemaneje­s del novio de Ayuso con las mascarilla­s. Aunque la responsabi­lidad de la presidenta en este asunto es nula, si tu churri vive en un casoplón y viene a buscarte en un Maserati Ghibli, al final coscarte te coscas. Las mujeres estamos muy acostumbra­das a escanear la vida de arriba abajo, aun en la retaguardi­a. Hay «fruta» para todos, a tutiplén.

Se viene, pues, una campaña entremezcl­ada y bronca, con la corrupción enseñoread­a en los titulares. Bien mirado, y ya puestos, no estaría de más que se tomaran de una vez cartas en el asunto, a fondo, pues desde la fuga de Luis Roldán en 1994 se han venido encadenand­o una sarta de escándalos, enjuiciado­s en causas cada vez más delgadas, pero que funcionan con el mecanismo de siempre: regalos, dádivas y dinerito a funcionari­os a cambio del trato de favor a ciertos empresario­s, adjudicaci­ones amañadas o expediente­s olvidados, una lacra que toca al PP, al PSOE, a los independen­tistas e incluso a la familia real. Malaya, Gürtel, Púnica, los Pujol, el Palau, los ere andaluces, Pretoria, Nóos, Palma Arena. Pongámonos en serio de una vez. Hace un tiempo leí que la corrupción en España cuesta unos 90.000 millones de euros al año; o sea, de repartirse el monto, cada español recibiría 1.949 euritos anuales. A mí me vendrían muy bien. Para un lavaplatos tipo industrial, por ejemplo.

Leí que la corrupción en España cuesta unos 90.000 millones al año; o sea, de repartirse el monto, cada español recibiría 1.949 euros anuales

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Olga Merino

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