Jéssica Albiach
El tiempo de las cerezas será electoral. Y como sucede cuando pretendes coger uno de aquellos carnosos bocados, los comicios se entrelazarán hasta vaciar la cesta de las emociones si sus resultados no nos sitúan ante el canasto de unas elecciones generales. Aun así, tres citas en tres meses harán pasar de la expectación a la saciedad sin solución de continuidad porque en este tiempo ya todo se extrapola y los límites geográficos se adaptan a las conveniencias interpretativas.
Al fin y al cabo, tanto los comicios vascos como los catalanes incidirán en la gobernabilidad de España porque los respectivos independentismos tienen su llave. Y qué decir de los europeos que se juegan el futuro inmediato de un continente que decidirá si avanza en su interés común o regresa al pasado con la fuerza emergente de la ultraderecha marcando el paso.
Esto y así sucederá en un país políticamente convulso, cansado de una escalada retórica insaciable donde incluso la vida personal se ha convertido en arma arrojadiza por entenderse que lo privado incide en lo público. En ello estaban Isabel Díaz Ayuso y Pedro Sánchez por sus respectivas parejas cuando Pere Aragonès irrumpió en la partida y alteró el tablero.
Explotan o se escapan
La imposibilidad de aprobar los presupuestos catalanes a los que tanta propaganda se les había dado ha provocado que los generales del Estado también se guarden en un cajón por no ser viable su negociación entre urnas e intereses cruzados. Los unos y los otros iban a ser los mejores de nuestras vidas pero a las grandes esperanzas les sucede como a los globos de feria en manos infantiles, que explotan o se escapan antes de llegar a casa.
Vemos así como, de nuevo, las necesidades de país, que son las de la ciudadanía, se relegan a un segundo plano porque las de los partidos decisorios se acaban imponiendo. Y a pesar de que nos venden lo contrario ya casi nadie se lo cree. El truco es demasiado viejo y su voluntad de actualización poco convincente.