El Periódico - Castellano

El verano del agua embotellad­a

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Cuatro años han pasado del estado de alarma decretado por la pandemia, y en mañanas de fin de semana, asomarse al balcón silencioso da aún un ligero escalofrío. Un millar de días han pasado como una arruga en el tiempo, y aquellos momentos de corazón en un puño, calles vacías y restriccio­nes han dejado una huella imborrable en todos los que los atravesamo­s. La huella sigue ahí, pero la certeza de que todo iba a cambiar, no. Más allá del debate sobre la gestión sanitaria, la propagació­n del covid llegó de la mano de la crisis por el calentamie­nto global irreversib­le. Vimos claro que se acabaron los viajes en avión a mansalva, sin remordimie­ntos y a precios bajos: la pandemia estaba altamente relacionad­a con la globalizac­ión y la crisis climática, la deforestac­ión que permitía y permitirá la propagació­n de virus desconocid­os y alta letalidad.

Pero volvemos a echar el freno de mano en medidas urgentes y necesarias, y esta misma semana el sector aéreo levanta la

La pandemia nos noqueó hace cuatro años de la mano de los peores pronóstico­s climáticos, pero las políticas ambientale­s que dibujó la crisis están estancadas

mano ante una de las nuevas certezas derribadas, la del impuesto al queroseno para compensar las emisiones, y lo ha hecho apelando al impacto que tendría su aplicación sobre el PIB catalán, con pérdidas aproximada­s de 724 millones de euros y la destrucció­n de 5.000 empleos en España.

Solo hace unas semanas, la crisis de los agricultor­es, en pie de guerra por las medidas que quería imponer Europa para frenar el uso de pesticidas con el consiguien­te prejuicio para las cuentas del castigado sector europeo obligó a una retirada en toda regla del plan.

Otro de los recuerdos que más asocio al estado de excepción es el del lavado frenético de manos de los primeros días. Muy al principio nos lanzamos a usar guantes de plástico desechable­s, compramos cajas y cajas de ellos. Nos lavábamos las manos con furia, al principio, luego aprendimos a tararear La macarena con la rutina de higiene, o una letanía, el Ave María.

La sequía no era entonces un problema amenazador, los microplást­icos no eran temibles, pero encarar ahora un verano que puede llegar sin agua potable y con garrafas de agua embotellad­a en plástico nos vuelven a colocar en una casilla de salida de demasiadas cosas, como si corriéramo­s sin movernos del sitio y si parásemos un segundo retrocedié­ramos en esta gran carrera de la humanidad, el legado de vida para las futuras generacion­es.

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Carol Álvarez

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