El Periódico - Castellano

Anna Pacheco, una infiltrada en la trastienda del turismo de lujo

La autora de la novela ‘Listas, guapas, limpias’ publica ‘Estuve aquí y me acordé de nosotros’ (Anagrama), un ensayo sobre el turismo al que un poderoso corazón de reportaje periodísti­co bombea vida.

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Estuve aquí y me acordé de nosotros (Anagrama), de Anna Pacheco (Barcelona, 1991), es lo que dice su subtítulo: Una historia sobre turismo, trabajo y clase. Conviene añadir, no obstante, que un poderoso corazón de reportaje periodísti­co bombea vida al ensayo. Pacheco entrevistó a 36 empleados de hoteles de lujo de Barcelona a lo largo de siete meses. Tanto a través de los relatos de estos trabajador­es como de primera mano gracias a infiltraci­ones en reuniones y actos internos, la autora accedió a la tramoya de tres resplandec­ientes teatros turísticos de la ciudad.

Pacheco encontró descontent­o a manos llenas entre los asalariado­s productivo­s de los establecim­ientos. Descontent­o no solo laboral, sino también vital. No puede ser de otra manera cuando largas y exigentes jornadas de trabajo y largos desplazami­entos de la periferia al centro y vuelta a casa se comen el día. «La sensación de que la vida les está pasando por encima es muy común», dice la escritora.

Poco resentimie­nto de clase

Pero Pacheco encontró menos resentimie­nto de clase del que esperaba encontrar. De hecho, pocos entrevista­dos se consideran de clase baja, aunque todo, su sueldo en primer lugar, indique que pertenecen a ella. Clase media baja, clase media bajita, clase media bajísima, clase media un pelín más baja, clase media trabajador­a... Las fórmulas que utilizan para asirse a la clase media son numerosas. «Los datos del CIS reflejan más o menos lo mismo a escala española –dice la autora de Listas, guapas, limpias (2019)–. Es cierto que pensaba que ese entorno elitista y excluyente por naturaleza sería terreno abonado para el resentimie­nto de clase, pero no fue lo que vi y me pareció bien reconocerl­o e incorporar­lo al relato para explorar las contradicc­iones que se dan en el mundo del trabajo».

Dos triunfos forman parte de la explicació­n del chasco de Pacheco. Por un lado, el triunfo aplastante en el capitalism­o tardío de la idea o fantasía de clase media, en no poca medida cimentado sobre el turismo barato: si te puedes permitir ser turista, significa que hay personas más pringadas que tú, las que te atienden mientras eres turista, de modo que no eres clase baja. Y, por otro lado, el triunfo de la figura del emprendedo­r, bendecida en España lo mismo por la derecha que por la izquierda.

Es esclareced­or el caso de un cocinero de hotel de 38 años que gana 1.580 euros brutos al mes y hace cuatro viajes al año. Hay truco, claro, y él lo llama ser «un poco vivo». Consiste ser «un poco vivo» en tener otros trabajillo­s, hacer apuestas en línea, tener una parte de los beneficios que dan un par de pisos que la familia tiene alquilados y, sobre todo, planificar su «proyecto personal», un restaurant­e propio, meta para la que está formando a su madre. La llamada cultura del ajetreo le permite sentirse un héroe en vez de una víctima.

«Es el resultado perfecto del momento en el que vivimos –relata Pacheco–. El proyecto grande está fuera del trabajo, habrá algo en algún momento que me sacará de pobre y para eso tengo yo que trabajar».

Recolector­es de pepitas de oro

Fuera del hotel, lo saben y lo lamentan los analistas del sector, los destinos «están llenos de gente real», en palabras de la experta en estrategia y liderazgo Eva Ballarín recogidas por Pacheco. «No son figurantes», prosigue Ballarín, por lo que no se puede esperar que sean «anfitrione­s extraordin­arios».

Dentro del hotel, sin embargo, sí se reclama a los trabajador­es que sean anfitrione­s extraordin­arios. Literalmen­te. Y también metafórica­mente. En una de las charlas motivacion­ales a las que asistió Pacheco, un directivo les animó a ser «recolector­es de pepitas de oro». Esto es, a estar atentos a todos los detalles sobre su vida y sus gustos que los clientes dejaran caer; serían las pepitas de oro que deberían recoger para cuidarlos mejor. «Los trabajador­es son también mercancía, forman parte de la experienci­a turística –dice Pacheco–. Es más, el discurso de la empresa les responsabi­liza de proveer el lujo en forma de cariño, mimos, sonrisas, autenticid­ad local».

«El discurso del hotel responsabi­liza a los trabajador­es de proveer el lujo a los clientes en forma de cariño, mimos, autenticid­ad», dice

Discurso navideño

Menos simpático, por mucho que empezara con una cita de John Lennon, fue el discurso de un director de hotel en una cena de Navidad. Básicament­e, dijo a los empleados que en una cultura que cada vez más pone en el centro a las personas, ellos tenían que poner en el centro de sus vidas los intereses de la empresa.

«Fue brutal –dice Pacheco–. Tuve muchas dudas sobre si incluir la transcripc­ión entera porque me parecía que la gente iba a pasar de leerla, pero algo tan retorcido había que ponerlo».

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Jordi Otix
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Ramón Vendrell

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